jueves, 28 de abril de 2011

Reencuentro de una década: Primera promoción de un gran proyecto educativo




Juan Gajardo Quintana


Después de 10 años de haber egresado, se reúnen en Linares los miembros de la primera promoción del Colegio Amelia Troncoso. Estos adultos jóvenes-su edad bordea los 27 años- han querido reforzar sus vínculos entre sí, con su tierra y con las personas y hechos que contribuyeron a determinar muchos aspectos de su presente. Algunos componentes de este conjunto, iniciaron su vida estudiantil desde su más tierna infancia como parvulitos de las tías, algunas de ellas aún laborantes en esa unidad educativa. A la mayoría de ellos los conocimos en la medianía del nivel básico o ingresando en la educación media, por el 98, año que vio nacer este nivel en el emblemático establecimiento. Varios de ellos devinieron desde otras casas de estudio, buscando refugio y alero en un ambiente educativo que respetara sus singularidades y diera reparo a sus anhelos e inquietudes, no siempre comprendidos en “colegios de alto rendimiento”, así, entre comillas. Porque no es lo mismo realizar el trabajo educativo, considerando tanto las potencialidades como las limitaciones de los estudiantes, que ir selecc ionando y podando el contingente, para ir quedándose tan solo con los selectos, aquellos que responden a la idea que se tiene del “alumno modelo”, no problemático y, al menos en apariencia, acorde con el proyecto educativo autoinferido por la conveniencia y comodidad de la institución. En el Amelia Troncoso los alumnos llegaban con su bagaje, muchos ellos con sus cargas, las cuales no era necesario abandonar antes antes de cruzar el umbral, sino que con todas y cada una de sus necesidades y conflictos, los cuales paulatinamente iban siendo resueltos y canalizados, según un proceso existencial vivido y compartido por todos los integrantes de la comunidad educativa.
Estos chiquillos pertenecen a la época pre PSU, aunque pasaron por el túnel del SIMCE y debieron someterse a la nunca bien ponderada P.A.A. Y cosa rara. Ahora los vemos realizados, profesionales, disfrutando del fruto de su esfuerzo, saludables y dispuestos para rescatar el lado bueno de las cosas. Nunca se estresaron dedicándoles 25 horas al día a los “preus”, ni tampoco fueron adiestrados para responder las mediciones estándares a las cuales se le ha dedicado tanta devoción en los últimos tiempos. Sin embargo, a poco tiempo de haber ingresado a las casas de estudios superiores, impresionaron a sus maestros por su desplante, manejo conceptual y capacidad para establecer relaciones entre los diferentes ámbitos del conocimiento. Hace dos días el imponderable economista Sebastián Edwards, llamó la atención al mostrar alarma por la formación de los profesionales en los claustros universitarios actuales. No lo hacía a propósito de los lamentables resultados de los recién egresados de pedagogía, que, entre otras maravillas, demostraban un dominio del 2% en lo que respecta a habilidades básicas de lenguaje. No, él se refería en general a todos los profesionales: médicos, ingenieros, arquitectos, etc., que, según él, estaban anquilosados (detenidos en su evolución). No es aceptable, de acuerdo a este analista, la formación de un ingeniero o científico, que no sepa filosofía o un médico que desconozca la literatura. Quienes tienen la misión de cargar con la suerte del mundo hoy, deben poseer un criterio amplio y una capacidad de análisis y juicio de nivel superior. La especialización, la panacea de hace cincuenta años, hoy se ha constituido en una maldición. En el mejor de los casos, en una limitación crasa y grosera. La universidad más grande la región, otrora orgullosamente permeada por el humanismo, se convirtió de la noche a la mañana en un instituto superior politécnico y actualmente aletean débiles alas que intentan mantener la lucecilla de la comprensión de la existencia humana. Estos muchachos en los que modestamente influimos en una parte molecular, han demostrado que se puede ser feliz y exitoso sin necesidad de la esclavitud estadística y el prurito del exitismo economicista.

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