domingo, 17 de abril de 2011

Liceo de Excelencia ¿Calidad certificada?



Juan Gajardo Quintana (juanogakin@gmail.com)

Un líder inteligente es aquel que es capaz rodearse de personas tan o más inteligentes que él (JFK), lo contrario es siempre querer ser cabeza de ratón.
En un diario de distribución regional, apareció el domingo recién pasado una carta firmada por un profesor que se quejaba amargamente de las contradicciones existentes entre el discurso y la práctica en el ámbito educativo. El remitente se presentaba como un docente debidamente acreditado por las evaluaciones oficiales, al haber alcanzado la categoría de Destacado y haber demostrado un alto nivel en la prueba ADVI, rendida voluntariamente, que le significaría un estímulo en sus ingresos. Todo esto si estuviera trabajando.
Uno de los mecanismos para mejorar los estándares educativos, consagrados desde la más alta autoridad, es justamente premiar a aquellos educadores que exhiban excelencia tanto en su preparación como su gestión. Por lo cual el aludido no se explica, ni nosotros tampoco, cómo un elemento de su calidad es despreciado por el sistema, en tanto que otros con menos laureles, se mantienen firmes y favorecidos por la simpatía y preferencia de quienes circunstancialmente dirigen el sistema. En otras palabras, es posible que dentro de los empeños que se supone que se están haciendo para mejorar la calidad de la educación chilena, el cambio de etiqueta y rotulaje supere a las medidas concretas que signifiquen avances sustanciales en la materia.
Otro ejemplo de esto, es la interpretación que se hace con la superación relativa observada en los dominios de Lenguaje en la prueba Simce. Se ha señalado por la prensa como una de las causas, la puesta en marcha desde 2008, de la Ley Sep, justo en momentos en que en tres municipios capitalinos y en Talca, se denuncian abusos perpretrados con ítem a los recursos contemplados por dicha Ley. Nuestra observación directa en contextos en que hemos laborado, nos dice precisamente que en nuestra región estos recursos han servido para alargar horarios de determinados privilegiados, financiar dudosas asesorías e implementar talleres no del todo pertinentes en relación a las necesidades reales. No le echemos toda la culpa al terremoto. De hecho, en la región aparecen varios establecimientos que, por el contrario, elevan el promedio nacional. Si ellos han podido, hay menos excusa para los demás. Hagamos notar que, por otra parte, una variación de menos de 5 puntos es estadísticamente no significativo, es decir, equivale a seguir estancado.
Volvamos al caso del susodicho profesor y uniéndolo al tema del etiquetaje al que somos tan aficionados. Un maestro con tales antecedentes debería encontrarse trabajando en un Liceo de Excelencia. ¿Recuerda alguno por aquí cerca? La gigantografía exhibida en su frontis declama a los cuatro vientos su calidad. Pero los gestores locales han preferido jóvenes recién egresados, incluso carentes de título profesional, ahuyentando a otros que pudieran competir con las eminencias allí enclaustradas. Y muchas veces recurriendo a triquiñuelas condenables. Como lo que le ocurrió a un docente que realizaba una suplencia, profesor experimentado y reconocido en el medio local, valorado por aquellos ven la educación como una vocación y no como un rentable oficio. Mientras se reunía con apoderados y alumnos, apareció la profesora titular, (que se encontraba con licencia prenatal) dispuesta a dirigir la reunión. El docente sorprendido al principio, luego le cedió la testera para que procediera de acuerdo a su voluntad. La reunión se hizo sin incidentes y todos felices. Pero cuál no sería la sorpresa del profesor suplente, cuando días más tarde en un largo libelo era acusado por aquella maestra, de comportamientos agresivos y destemplados hacia su persona. Conclusión, el director decidió solicitar al Daem prescindir por el resto de los siglos de los servicios de ese profesional. Y eso después que había acordado averiguar con los participantes de aquella reunión, si los hechos descritos por la docente reemplazada se ajustaban a la verdad o no. Nada, por sí y ante sí, resolvió. Frente a eso, nos preguntamos cómo una persona puede, con su sola presencia, influir en las determinaciones de un superior que tiene enormes responsabilidades en su mano. Si queremos un establecimiento de excelencia, debemos ser exigentes en lo ético. ¿O eso pasó de moda? En La Tercera, una noticia relacionada con este mismo liceo. Un opinante observaba la necesidad de contar con docentes de excelencia. No puede ser que quienes más influencia ejercen, presenten cada año dos o tres largas licencias médicas, privando a los alumnos de una adecuada secuencia programática. ¿No se le exige a los funcionarios públicos salud compatible con el cargo? Tampoco puede haber divorcio entre lo que promueve el titular y su equipo asesor, es decir el equipo técnico regular, no los asesores extraoficiales. En la prensa ni siquiera hemos podido apreciar una foto donde aparezcan juntos. Menos aún es aceptable que la autoridad piense siquiera en blindar a unos en desmedro de otros. La excelencia debe dejar de ser una etiqueta.

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