martes, 29 de junio de 2010

La palabra que vale

Con la irrupción masiva de los teléfonos celulares, también se ha masificado el abuso indiscriminado de lo que debió haber sido en la historia del hombre el medio para alcanzar la verdad y una comunicación verdadera y efectiva. Nos referimos obviamente al lenguaje, herramienta maravillosa, al cual históricamente se le ha asignado orígenes divinos y que en cada momento deja perplejos a los estudiosos por sus inmensurables e intrincadas posibilidades e influencias dentro de la vida humana.

La maravilla del lenguaje queda demostrada en el hecho cotidiano de la adquisición de estas potencialidades por parte del niño a temprana edad (alrededor del año y medio ya es capaz de elaborar textos de mediana complejidad), considerando la inextricable red de conexiones que implica este fenómeno. Además de ser capaz de aprender la lengua materna, el infante en ese período está en condiciones de asimilar otras lenguas si se encuentra inserto en un medio apropiado. Tales portentos son imposibles en etapas posteriores del desarrollo humano, de no mediar considerables esfuerzos y acciones de aprendizaje. Con razón María Montessori insistía en propiciar el máximo de experiencias estimulantes en las etapas primarias de la educación de los niños, cuando, según su pensamiento e investigaciones, las capacidades humanas se encuentran en su mejor disposición.

Pero precisamente por su extraordinaria naturaleza, el lenguaje ha sido objeto de las más burdas manipulaciones con el afán de influir y conducir a la población y formar determinada opinión pública, de acuerdo a los intereses de los grupos de poder imperantes. Lo que alguna vez fue definido por la filosofía como el instrumento más eficaz para construir nociones cada vez más cercanas a la ansiada verdad, finalmente ha sido reducido como el instrumento ideal para tergiversar la realidad, creando percepciones que responden más bien a la utilidad inmediata de un gran mercado de ideologías y bienes de consumo.

El lenguaje es la potencialidad que nos distingue de las demás criaturas, puesto que hasta ahora, la especie humana ha sido la única capaz en demostrar la capacidad de representarse y comunicar realidades que no tiene delante de los ojos, es decir, que existen solo virtualmente en el momento que las imagina o expresa. No deja de ser risible también que precisamente ese poder es lo que nos posibilita distorsionar, engañar y mentir. En nuestra vida social, además, nunca como ahora la tecnología nos ha prestado más ayuda para practicar la simulación y la alienación. El celular nos permite decir “Voy saliendo”, cuando ni siquiera nos hemos despegado de la cama; o bien “Voy llegando”, cuando recién vamos saliendo. Estos ejemplos que parecen inocentes, adquieren ribetes preocupantes cuando la actitud que subyace en esas acciones, se convierte en la impronta que mueve el quehacer en la vida política y social. Es decir, el hablar por hablar, sin la intención que ese mensaje tenga asidero en la intención o móvil del emisor o un correlato con la realidad objetiva. Aunque lo antes dicho es solo aparente, porque detrás de esa supuesta indiferencia, sí existe una intencionalidad desplazada del contexto comunicativo, la cual es satisfacer los propósitos inmediatos de los intereses personales, evitando el compromiso con el otro o salvaguardando la parcela que nos ha sido asignada o en la que nos han puesto como custodios.

Por eso es moneda de cambio común y corriente, para que no nos importunen, utilizar expresiones como: “En eso quedamos” o “Yo te llamo”, sabiendo tanto quien las emite como el que las recibe, que el nexo establecido, si es que existió, dejará de existir en cuanto se establezca la distancia física.

Internet, por su parte, es un mundo ideal para la venta de imágenes falsas.

Las propuestas educativas, era que no, relativas al lenguaje, no se escapan de estas tendencias. En general, en los subsectores (asignaturas) relativas al tema, la enseñanza tiende a la instrumentalización del mismo, entendiéndolo como un conjunto de habilidades orientadas a la disposición de un discurso apropiado para alcanzar los propósitos del emisor (individual o institucional), independientemente de lo que signifiquen dichos objetivos. De este modo, partiendo de exhaustivos estudios sustentados por la psicología, la biología y la sociología, se determina cómo el lenguaje crea realidades virtuales, partiendo de necesidades, temores, deseos y todo ese material, se utiliza para postular teorías, tanto desde la producción de mensajes como de la recepción y percepción de los mismos, las que luego son aplicadas a la acción de los medios de comunicación masiva y a la elaboración de sofisticados códigos verbales y no verbales, que son utilizadas por políticos, publicistas, lideres de opinión, jerarcas religiosos y demás entes cuyo negocio consiste en intervenir en las conciencias y conductas de la gente.

En síntesis, la imprecisión, la ambigüedad, el fragmentarismo se impone en nuestro lenguaje diario y sobre todo este último en los medios de comunicación, donde no es el ojo y el juicio del destinatario los que interpretan la información, pues esta ya viene reconstruida por el canal (sea radio, tv o prensa) y el ángulo y perspectiva de visión ya viene determinado..

¿Y a quién favorece todo esto? Lo más fácil es responder que satisface a los intereses de determinadas castas privilegiadas. Y eso, desde una mirada cortoplacista, es cierto. Pero un punto de vista que trascienda la coyuntura, nos señala que cuando una cultura se basa en la alienación y en la alteración de sus juicios, finalmente sucumbe. Y así lo demuestran poderosos imperios que fundamentaron su existencia en un discurso que finalmente no resistió el embate de la realidad y se desmoronaron estrepitosamente.

Si somos escrupulosos, tenemos que reconocer que como nación en 200 años hemos realizado numerosos experimentos sociales y políticos sin arribar a nada definitivo.

En el momento actual, sentimos más que nunca que nos encontramos en una posición de expectativa, una situación en la cual es posible diseñar un proyecto sólido y con futuro. Ojo: está muy bien que nos creamos ese planteamiento, pero no abusemos de nuestro optimismo y nos entreguemos a una bacanal de eslóganes y frases huecas destinadas más a efectismos que a efectos reales. Debemos retornar a aquellos tiempos en que la palabra valía más que el oro como garantía. Recordemos que una de las causas de la actual crisis mundial, en la cual Europa lleva la peor parte, fue la crisis de confianza, donde los compromisos adquiridos y refrendados por estrictos instrumentos financieros, no fueron cumplidos, porque nunca existió la intención de hacerlo.

Las leyes escritas son letra muerta cuando no existe la disposición apropiada para cumplirlas, más aún, sirven para esconder irregularidades disfrazadas de legítimas. “El sueño se hace a mano y sin permiso, arando el porvenir con viejos bueyes”.

Ser solidario, especialmente en los duros tiempos que nos toca vivir como país ante el embate de la naturaleza, significa, entre otras cosas, no comerciar influencias a costa del dolor o la necesidad ajena. La autoridad con la mayor eficiencia posible, sin duda, de sus aparatos administrativos, acercará los recursos urgentes a los necesitados, sin embargo, es contraproducente, por ejemplo, que el concejal fulano, el representante zutano, se adjudique dicha acción. Uno termina preguntándose por qué es necesaria tanta influencia para acceder a los mínimos necesarios para paliar una apremiante necesidad.

La palabra, reveladora de misterios y constructora de mundos posibles, también suele convertirse en delatora de nuestra naturaleza y de nuestra verdadera condición humana. Ella será quien se pronuncie acerca de nosotros. JOGQ

Cuando el fútbol se convierte en rugby

Desde le gol de Independiente en la final de la Copa Libertadores de América 1973, con el arquero de Colo Colo, el Gringo Nef, con pelota y todo adentro, los rioplatenses evidentemente han perfeccionado esa técnica, al descubrir su efectividad, muy superior a aquella de llegar al arco con los toquecitos primorosos, propios del beibifútbol, que durante décadas fue el orgullo del juego sudamericano y que actualmente solo practican los dirigidos de Bielsa. Lo anterior queda demostrado en el gol marcado por los argentinos sobre Nigeria, donde los defensas son desplazados con la humanidad completa de los atacantes argentinos, permitiendo el cabezazo de Heinzel y el tanto de Brasil sobre Chile, en el cual el cabeceador se encontraba rodeado de un cerco de gorilas que imposibilitaron cualquier intención de los pequeños chilenitos de aproximarse a estorbar a Juan, amén de ser desplazados sin contemplaciones de aquella periferia protectora.

En el encuentro que nos despertó de improviso de nuestro sueño, los dos goles definitivos se construyeron en base a dos cualidades propias de las grandes ligas de “fútbol” americano: velocidad, fuerza y mecánica de precisión. Frente a eso, las prolijidades de nuestro juego, tradicionalmente técnico y de toque corto, se diluyó en una faena intrascendente e improductiva. Cuando los españoles calificaron de “suicida” el planteamiento estratégico y táctico de Chile, no hacían más que aludir al fútbol pragmático y efectivo practicado hoy en día, incluyendo a Brasil, al cual los hinchas siempre esperan verlo practicando la fantasía y la diversión, algo muy ausente en este campeonato. Recordemos que en parte, y ahí las contradicciones, esa fue la causa del “fracaso” de Pellegrini, al querer desarrollar una filosofía de la efectividad, antes que del espectáculo.

Algo que no puede borrarse de nuestra memoria es el estilo de juego desarrollado por los dirigidos del Pollo Véliz primero y luego Sulantay, que se caracterizaban precisamente por la velocidad de reacción y la letalidad de su contragolpe. Nuestra actual selección no posee el golpe letal, en tanto que su impronta es mantener el protagonismo los 90 minutos, lo cual, obviamente, descarta el contragolpe como práctica normal, por razones obvias.

Entonces, es preciso preguntarse si el fútbol está volviendo a sus lejanos orígenes, donde el asunto consistía en llevar una bola de una línea inicial a otra final a decenas de metros distante, apelando a cual recurso a mano, incluyendo, en primer término, la fuerza, llamémosle bruta, y, por supuesto, las debilidades del adversario. JOGQ

sábado, 12 de junio de 2010

Cuando los No-es de convierten en Sí-es

Cansado de leer, consultar e inquirir los sesudos análisis y recomendaciones de los expertos en educación, los que hace ya bastante tiempo se amontonan sobre los escritorios de todos aquellos que se preocupan del estado de esta paciente, decidí variar de rumbos y me acerqué a una distinguida mentalista, de origen rumano, pero que ya hace décadas recorre nuestro extenso territorio formando parte de un colorido cortejo.

Descartando que la respuesta se encontrara en la palma de mi mano, y considerando que no nos podríamos ver la suerte entre nosotros, debido a cierto parentesco lejano, aseguró, sin embargo que la receta para salvar a tan malatendida enferma, era simple y se encontraba al alcance de la mano de todos.

En síntesis, todo se reduce a un juego se sí y no. De afirmaciones y negaciones. Y he aquí que de su boca surgió aquel axioma que más de una vez en nuestra vida escuchamos de profundos filósofos: “El bien es la ausencia del mal”. Ante mi intrigada actitud, procedió a descorrer el velo del enigma y profirió una letanía pródiga en revelaciones, las cuales, quitándoles los ingredientes nigrománticos y adecuándolas al oído de nuestros avisados lectores, adquiere el formato que sigue:

- Cual más, cual menos en estos últimos 21 años e incluso más atrás, ha incurrido en algunas “desprolijidades”, cuya no ocurrencia hubiera evitado que nuestra educación se encontrara actualmente en tan mal estado, como por ejemplo:
- Preferir jóvenes neófitos, porque son más baratos y moldeables, desechando el oficio, la experiencia y la preparación de profesionales más avezados, O el caso contrario, cuando los veteranos persiguen la savia nueva, impidiendo la renovación.
- Fomentar “perfeccionamientos” y “capacitación”, cuya implementación no guardaba ninguna relación con una oferta pertinente y de calidad.
- Permitir la “formación” de nuevos profesionales para la educación, en universidades e institutos de tiza y pizarrón, con clases los días sábado o por correspondencia (en 2009, egresaron más de 5.000, muchos de los cuales rindieron la prueba Inicia, con los desastrosos resultados por todos conocidos).
- Crear planes de reconversión laboral a través de Centros de Formación destinado a jóvenes vulnerables, en áreas relacionadas con la educación, con los riesgos que ello implica para los educandos,
- Utilizar en múltiples oportunidades los departamentos de educación como si fueran agencias de empleo o para recompensar a algún personaje meritorio o cuya fidelidad ha mostrado estar a toda prueba.
- Estructurar grupos de trabajo en los centros educativos que jamás se convierten en equipos; directores que no toman en cuanta a sus asesores o subordinados que no sienten respeto por el líder (en muchos casos incluso se hace difícil reunirlos para una simple foto).
- Diseñar concursos que, si no dejan dudas respecto a su transparencia, se ciñen a criterios en que priman más los años y papeleos que una verdadera y pertinente formación profesional, la que debe sumar estudios y antecedentes de gestión exitosa.
- Cumplir tan cabalmente con los contenidos mínimos, que no alcanzan para resolver los desafíos que emergen fuera de lo esperado.

Como epílogo, afirmó que si tales eventos no hubiesen ocurrido, es muy probable que sí habrían acontecido los hechos contrarios y, por lo tanto, en estos momentos quizás estaríamos palmoteándonos los hombros mutuamente, satisfechos y exitosos.

Impresionado por la clarividencia (al menos eso a mí me pareció) de esta mujer tocada por los signos de los tiempos, le pregunté finalmente, si su diagnóstico formaba parte del “Efecto Nostradamus”, alarmado ante la proximidad del año 2012, fatídico guarismo consignado en el calendario maya. “No se preocupe paisano”.- me respondió – “Lo que pasa es que la rueda del calendario les quedó chica”.

J.O.G.Q.

Educación de excelencia

Hablar de educación de excelencia es abordar un tema que ofrece variadas posibilidades de enfoque. Es factible analizarla desde la perspectiva de los grandes objetivos educacionales, cuales son el desarrollo permanente del ser humano y el pleno logro y satisfacción de todas sus facultades. Mucho se ha reflexionado e investigado al respecto, desde los inicios de la vida en comunidad, acerca de cuáles son los caminos más adecuados para propender a la perfección humana, formulando para ello metas, enfoques curriculares, procedimientos metodológicos y didácticos, fundamentados en teorías cuya base es, primeramente, determinar la esencia de la naturaleza humana, sus necesidades y aspiraciones. Desgraciadamente, a pesar de la abundante literatura existente al respecto, se puede afirmar que muchos de los actores participantes, no conoce suficientemente los fundamentos necesarios para desarrollar su delicado quehacer formativo, conformándose a manejar someras nociones de las principales corrientes de pensamiento, o bien fundamentando su quehacer en lo que "los años de práctica me han enseñado". Ya Platón, no obstante, discutía con sus discípulos el sentido y norte de la formación del hombre, señalando que el objetivo era formar un individuo "justo", vale decir, con sus facultades en plena armonía, estado que ha de reflejarse en su conducta dentro de la comunidad. Las diversas escuelas de pensamiento relativo al tema, han querido a través de la historia establecer el mejor camino para que el ser humano alcance su plenitud, por medio de, entre otras propuestas, el arte, el contacto con la naturaleza, el condicionamiento, el compromiso social, etc. Sin embargo, puntos de vista más recientes han fijado su atención en las instituciones encargadas de desarrollar el proceso educativo. Y es en este sentido que la sociedad ha querido ver en los centros educativos (escuelas, liceos, universidades), el elemento decisivo para que el alumno(a) alcance el éxito esperado. Concordante con ello, se han levantado rankings de establecimientos según sus logros, los cuales serían indicadores de cuán excelentes son, de modo que padres y apoderados puedan, con información en mano, elegir aquella institución en la cual confiarán el éxito futuro de su pupilo(a). Los datos numéricos de logro ofrecidos por los instrumentos aplicados, esconderían la presencia de elementos cuya existencia explicaría los niveles de logro. Todo esto, si asumimos que la excelencia está evidenciada por los altos puntajes en los sistemas de medición. Antes, una digresión. Cuando hablamos de medición, no queremos decir evaluación. Esta incluye a la primera y, por lo tanto, involucra una serie de aspectos que pueden o no ser reducidos a números. En segundo término, tiende a homologarse los conceptos de excelencia y calidad. Pero la excelencia implica una distinción entre una y otra unidad, lo que, por lo tanto, significa que se posee un rasgo relativamente exclusivo dentro de la oferta del servicio educativo. Mientras tanto, la calidad es una meta a la cual aspira todo el sistema educacional, sin considerar las limitantes y condiciones de los estudiantes acogidos a él.

¿Qué es, por tanto, la excelencia educativa? Por de pronto, logros. Esto significa que existe una institución que es eficiente y eficaz. Que, independientemente de los recursos con que cuenta, es capaz de extraer de ellos el máximo provecho y que, además, logra lo que se propone. Y estos propósitos, si nos atenemos a lo meramente estadístico, no solamente se refleja en las calificaciones y puntajes de los educandos, sino también en los niveles de promoción, retención y asistencia. O sea, los logros no son a costa de deshacerse de alumnos que no rinden. Esto equivaldría a que el capitán de un barco ordenase lanzar a las olas a los tripulantes o pasajeros, para que la nave avance mejor. Concomitante con esto, para lograrlo hay una gestión en la que cada una de las instancias de la organización funciona armónicamente con las demás. Ninguna invade a la otra, pero trabaja colaborativamente, conformando un equipo solidario liderado por un ente que consulta, fomenta la participación y que privilegia el diálogo como política oficial y, por el contrario, no estimula el surgimiento de poderes paralelos o camarillas que transmiten información, pasando por encima de los estamentos debidamente consagrados en la organización. Esto último, es fundamental, a menos que la mirada del líder sea tan corta que olvidando los propósitos últimos de la organización, favorezca objetivos de corto plazo en beneficio de intereses de determinados actores en detrimento de otros.

En relación a esto, no basta para que una entidad se denomine participativa, la existencia de un Consejo Escolar con representantes de los diferentes estamentos, siendo esta una noción heredada de los conceptos organizativos del modelo empresarial, que responde a una lógica típica de la industria, donde, en el mejor de los casos, la relación, aunque bidireccional, fluye asimétricamente. Hoy, en la era de la información, el flujo de participación es multifocal, horizontal y orientado a la creación de escenarios comunes desde la diversidad.

Finalmente, elemento que es a la vez resultado y condición para el funcionamiento de una organización exitosa, es también un clima organizacional sano y productivo. Las decisiones, los estilos de liderazgo, los mecanismos a través de los cuales se relacionan las distintas funciones, como asimismo el currículo implícito (que al contrario del explícito, no está formulado objetivamente, sino que se ha consolidado a través de los hábitos, tradiciones, creencias, etc.) coadyuvan a la generación de un clima de trabajo propicio para el cumplimiento de tareas o, lisa y llanamente se convierte en un obstáculo para alcanzar los objetivos.
Estas tres grandes dimensiones, susceptibles de ser analizadas en múltiples componentes, configuran el espectro que evidencian la excelencia o no de un centro educativo.


J.O.G.Q.

Con el SIMCE en el horizonte, ¿es posible educar?

Cualquiera que se acerque a examinar algún test del SIMCE, sin la angustia de ver en él la máquina trituradora y devastadora de prestigios institucionales (imagen que la actual cultura educativa le ha conferido), podrá darse cuenta que la exigencia a que somete a los estudiantes no necesariamente se relaciona con destrezas adquiridas después de largas sesiones de entrenamiento, cual es la tónica aceptada por nuestros más connotados centros de enseñanza como estrategia para enfrentar este desafío, además de la imponderable Prueba de Selección Universitaria.

Se ha afirmado que los actuales instrumentos de evaluación oficiales, verdaderos cedazos por donde se debe filtrar a aquellos señalados por sus méritos, es más coherente con lo que debe ser el concepto de igualdad de oportunidades para todos, ya que, a diferencia de las antiguas pruebas, privilegia el conocimiento surgido de los contenidos curriculares. Aquellos, en tanto, apelaban a las aptitudes, habilidades personales, que el estudiante demostraba para enfrentar las exigencias académicas.

¿Cuál, según Ud., exhibe un sesgo más democrático? Desde nuestra perspectiva, ninguno de los dos. En el caso actual, la diferencia entre los distintos establecimientos en sus más diversas variables, unidas a la disparidad en las condiciones de entrada de los alumnos y, más aún, su diverso capital social y cultural, deja las cosas fojas cero, es decir, en situación similar a cuando campeaban las aptitudes como criterio para seleccionar a los que tenían mérito suficiente para ascender en el sistema educativo y, a la postre, en la estructura social.

El sistema de medición del rendimiento ha lanzado de cabeza a nuestros conspicuos educadores a diseñar estrategias muy similares a las cadenas de producción aplicadas en el contexto de las salvajes competencias entre empresas rivales. Y el lema se ha convertido en preparar el escenario ideal para que el alumno “se sienta” rindiendo el famoso examen, de similar forma como los participantes de un reality show, donde las fantasiosas condiciones se asemejan lo más posible a la realidad.

Y al diablo con las elaboradas propuestas educativas, resultados de sesudas investigaciones y reflexiones de sabios de la talla de Vygotsky y Ausubel. El constructivismo, del cual nuestro sistema educativo ha hecho extraordinaria gárgara, ha quedado subsumido en esta urgencia por los resultados que el educador siente que le ha impuesto el sistema. Por otro lado, siendo el origen de la gran masa de pedagogos de nuestro país, el mismo de aquellos niños y jóvenes menos favorecidos, no ha sido capaz, no ha tenido las herramientas necesarias, para analizar el fenómeno desde un ángulo de mayor proyección y, queriendo demostrar su calidad a toda costa, ha decidido abominar de todo aquello que suene a filosofía educativa, a fundamento antropológico, para dedicarse con todo ahínco y entusiasmo a la preparación de hordas de individuos que alcancen el exitoso rendimiento en tales mediciones, suponiendo, equivocadamente, que es el mismo que les demandará más tarde la competitiva y exigente actividad productiva.

Y pobre de aquel extraviado que, recordando su vocación por la cual ingresó a la carrera pedagógica, incluso desechando otros nichos más prometedores, se atreva a proponer una visión que considere la formación humana como eje de su acción educativa. Se verá enfrentado a los y las profetas de la nueva “ideología” educativa, entronizados muchos de ellos en los cuerpos técnicos y directivos, o con influencia sobre ellos, los cuales con un veloz glosario lleno de enumeraciones de contenidos memorizados, que confunden con “programa”, se apresurarán a sacarlo de circulación o enfriarlo en un container donde no altere el paisaje.

¿Es esta una realidad inexorable? No necesariamente, a menos que queramos que nuestros profesionales se sigan mandando los numeritos a los cuales ya nos acostumbraron, con puentes derrumbados, edificios colapsados, sistemas que no funcionan en condiciones normales y menos en situaciones de urgencia. La culpa, insisto, retomando las ideas introductorias, no está en los instrumentos de evaluación, los que por su naturaleza propenden a la síntesis. Pero un educador no puede trabajar en función de dicha síntesis. El educador trabaja para el análisis, la formación, el autoaprendizaje, lo significativo. Y de ese pozo profundo deben surgir las respuestas que el estudiante ponga a prueba al enfrentar la evaluación. Lo mucho da origen a lo compendioso y no al revés, como parece que es actualmente la impronta asumida por los educadores.

J.O.G.Q.

Qué linda en la tierra el agua se ve

Qué linda en la tierra el agua se ve

Hay gente que acostumbra a barrer a manguerazos. También, connotados ciudadanos que dedican largas jornadas a lavar su vehículo hasta quedar reluciente, vertiendo sobre él hectólitros de agua. Causa impresión como, sea invierno o verano, extensos caudales se desplazan por la cuneta de nuestras calles, saciando la sed de perros sin dueños y el calor de más de algún prójimo “en situación de calle”. Y además de impresión, a determinadas personas le provoca estupor la forma como uno de los bienes más preciados de la humanidad se convierte rápidamente en un lodazal maloliente que permanece durante días hasta que la temperatura y el aire se encarga de vaporizarlo.

Sin embargo, más allá del obligado ciclo que debe cumplir este vital elemento, llama la atención que, pese a las abundantes campañas en pro de hacer un uso racional del agua, se repiten conductas que son justificadas con el mero gesto de meter la mano en el bolsillo.

Me tocó una vez hacerle la observación a un vecino respecto del despilfarro que significaba verter durante horas y horas el valioso líquido, puro y cristalino, sobre la capota de su 4 x 4. Su espuesta fue, a mi parecer, no digna de su nivel y calidad profesional:-“Para eso es mía”- me respondió. Como jamás puedo quedarme callado, repliqué: -“El agua es de todos. Algo hay que aprender”. Me pareció oír en sordina una risa sarcástica ante mi ingenuidad.

No obstante, la respuesta de mi vecino refleja un sentimiento preente en nuestra cultura. La noción que todo es reducible a valor monetario. Desde este punto de vista, todo aquel que está en condiciones de pagar contaría con el fuero para hacer el uso que le plazca de los bienes disponibles. Tal como lo predicaba un ilustre panelista hace cierto tiempo en un programa televisivo. Él afirmaba que la mejor manera de reducir el abuso de los recursos no renovables o sensibles, como los recursos naturales o el agua, es castigando con sobreprecio a los que exceden los niveles normales de consumo. Pero este planteamiento entrega chipe libre a los que tienen cómo pagar y deja expuesto el preciado bien a la posibilidad que se transforme a la larga en un montón de monedas y billetes inservibles, porque con oro o con papel moneda la humanidad no podrá calmar su sed.

Los acontecimientos catastróficos que han azotado el mundo los últimos lustros, han alarmado a científicos y estadistas acerca del futuro que nos espera si no tomamos medidas responsables frente a la disminución tanto de áreas cultivables como de agua dulce disponible. Se ha planteado que en nuestra América Latina, en un plazo menor a 50 años la escasez de agua potable será dramática Es muy posible que esas premoniciones deje a la mayoría indiferente, a pesar de la comprensión racional de lo que se plantea y de la divulgación y campañas que se han propiciado para darle gravitación al tema. Es imperdonable, sin embargo, que el ciudadano instruido, aquel que en su círculo familiar, social, laboral o profesional lleva la voz campante, es decir, es líder de opinión en el contexto donde se desenvuelve, se desvincule de desarrollar o promover conductas inteligentes y susceptibles de ser imitadas. La claridad de visión frente a la actitud que debemos sostener frente al tema del agua, debe replicarse en los diversos aspectos que dicen relación con el desarrollo sustentable, el respeto por la naturaleza y el entorno en que vivimos, sea este urbano o agreste. Por eso es saludada, por ejemplo la prohibición de arrojar los escombros producidos por el terremoto en las riberas del río Caro, en Talca. Aquí en Linares, entretanto, la comunidad ha consolidado la costumbre de acarrear desechos de la más variada índole a las orillas de uno de los más importantes cursos de agua, el río Ancoa. Fácilmente se pueden apreciar neumáticos, mallas, ropa y electrodomésticos decorando feamente esos lugares que podrán ser de agrado y esparcimiento.

Creemos que a estas alturas, como sociedad, ya deberíamos haber alcanzado la adultez y nuestra visión y consecuente comportamiento, tendría que ser armónico con esa premisa. El pequeñín rompe el juguete que le compraron, porque él piensa que puede hacer lo que quiere con su propiedad. Y los adultos, por su parte, están pronto a reemplazarle el esperpento resultante de su acción, fijando en él la idea de que todo es desechable y provisional. Lo alarmante es que tal conducta tiende a perpetuarse a través de los años, traduciéndose en resultados indeseables y esta vez para toda la comunidad. Y aquí entramos a un problema de educación.

J.O.G.Q.