martes, 29 de junio de 2010

La palabra que vale

Con la irrupción masiva de los teléfonos celulares, también se ha masificado el abuso indiscriminado de lo que debió haber sido en la historia del hombre el medio para alcanzar la verdad y una comunicación verdadera y efectiva. Nos referimos obviamente al lenguaje, herramienta maravillosa, al cual históricamente se le ha asignado orígenes divinos y que en cada momento deja perplejos a los estudiosos por sus inmensurables e intrincadas posibilidades e influencias dentro de la vida humana.

La maravilla del lenguaje queda demostrada en el hecho cotidiano de la adquisición de estas potencialidades por parte del niño a temprana edad (alrededor del año y medio ya es capaz de elaborar textos de mediana complejidad), considerando la inextricable red de conexiones que implica este fenómeno. Además de ser capaz de aprender la lengua materna, el infante en ese período está en condiciones de asimilar otras lenguas si se encuentra inserto en un medio apropiado. Tales portentos son imposibles en etapas posteriores del desarrollo humano, de no mediar considerables esfuerzos y acciones de aprendizaje. Con razón María Montessori insistía en propiciar el máximo de experiencias estimulantes en las etapas primarias de la educación de los niños, cuando, según su pensamiento e investigaciones, las capacidades humanas se encuentran en su mejor disposición.

Pero precisamente por su extraordinaria naturaleza, el lenguaje ha sido objeto de las más burdas manipulaciones con el afán de influir y conducir a la población y formar determinada opinión pública, de acuerdo a los intereses de los grupos de poder imperantes. Lo que alguna vez fue definido por la filosofía como el instrumento más eficaz para construir nociones cada vez más cercanas a la ansiada verdad, finalmente ha sido reducido como el instrumento ideal para tergiversar la realidad, creando percepciones que responden más bien a la utilidad inmediata de un gran mercado de ideologías y bienes de consumo.

El lenguaje es la potencialidad que nos distingue de las demás criaturas, puesto que hasta ahora, la especie humana ha sido la única capaz en demostrar la capacidad de representarse y comunicar realidades que no tiene delante de los ojos, es decir, que existen solo virtualmente en el momento que las imagina o expresa. No deja de ser risible también que precisamente ese poder es lo que nos posibilita distorsionar, engañar y mentir. En nuestra vida social, además, nunca como ahora la tecnología nos ha prestado más ayuda para practicar la simulación y la alienación. El celular nos permite decir “Voy saliendo”, cuando ni siquiera nos hemos despegado de la cama; o bien “Voy llegando”, cuando recién vamos saliendo. Estos ejemplos que parecen inocentes, adquieren ribetes preocupantes cuando la actitud que subyace en esas acciones, se convierte en la impronta que mueve el quehacer en la vida política y social. Es decir, el hablar por hablar, sin la intención que ese mensaje tenga asidero en la intención o móvil del emisor o un correlato con la realidad objetiva. Aunque lo antes dicho es solo aparente, porque detrás de esa supuesta indiferencia, sí existe una intencionalidad desplazada del contexto comunicativo, la cual es satisfacer los propósitos inmediatos de los intereses personales, evitando el compromiso con el otro o salvaguardando la parcela que nos ha sido asignada o en la que nos han puesto como custodios.

Por eso es moneda de cambio común y corriente, para que no nos importunen, utilizar expresiones como: “En eso quedamos” o “Yo te llamo”, sabiendo tanto quien las emite como el que las recibe, que el nexo establecido, si es que existió, dejará de existir en cuanto se establezca la distancia física.

Internet, por su parte, es un mundo ideal para la venta de imágenes falsas.

Las propuestas educativas, era que no, relativas al lenguaje, no se escapan de estas tendencias. En general, en los subsectores (asignaturas) relativas al tema, la enseñanza tiende a la instrumentalización del mismo, entendiéndolo como un conjunto de habilidades orientadas a la disposición de un discurso apropiado para alcanzar los propósitos del emisor (individual o institucional), independientemente de lo que signifiquen dichos objetivos. De este modo, partiendo de exhaustivos estudios sustentados por la psicología, la biología y la sociología, se determina cómo el lenguaje crea realidades virtuales, partiendo de necesidades, temores, deseos y todo ese material, se utiliza para postular teorías, tanto desde la producción de mensajes como de la recepción y percepción de los mismos, las que luego son aplicadas a la acción de los medios de comunicación masiva y a la elaboración de sofisticados códigos verbales y no verbales, que son utilizadas por políticos, publicistas, lideres de opinión, jerarcas religiosos y demás entes cuyo negocio consiste en intervenir en las conciencias y conductas de la gente.

En síntesis, la imprecisión, la ambigüedad, el fragmentarismo se impone en nuestro lenguaje diario y sobre todo este último en los medios de comunicación, donde no es el ojo y el juicio del destinatario los que interpretan la información, pues esta ya viene reconstruida por el canal (sea radio, tv o prensa) y el ángulo y perspectiva de visión ya viene determinado..

¿Y a quién favorece todo esto? Lo más fácil es responder que satisface a los intereses de determinadas castas privilegiadas. Y eso, desde una mirada cortoplacista, es cierto. Pero un punto de vista que trascienda la coyuntura, nos señala que cuando una cultura se basa en la alienación y en la alteración de sus juicios, finalmente sucumbe. Y así lo demuestran poderosos imperios que fundamentaron su existencia en un discurso que finalmente no resistió el embate de la realidad y se desmoronaron estrepitosamente.

Si somos escrupulosos, tenemos que reconocer que como nación en 200 años hemos realizado numerosos experimentos sociales y políticos sin arribar a nada definitivo.

En el momento actual, sentimos más que nunca que nos encontramos en una posición de expectativa, una situación en la cual es posible diseñar un proyecto sólido y con futuro. Ojo: está muy bien que nos creamos ese planteamiento, pero no abusemos de nuestro optimismo y nos entreguemos a una bacanal de eslóganes y frases huecas destinadas más a efectismos que a efectos reales. Debemos retornar a aquellos tiempos en que la palabra valía más que el oro como garantía. Recordemos que una de las causas de la actual crisis mundial, en la cual Europa lleva la peor parte, fue la crisis de confianza, donde los compromisos adquiridos y refrendados por estrictos instrumentos financieros, no fueron cumplidos, porque nunca existió la intención de hacerlo.

Las leyes escritas son letra muerta cuando no existe la disposición apropiada para cumplirlas, más aún, sirven para esconder irregularidades disfrazadas de legítimas. “El sueño se hace a mano y sin permiso, arando el porvenir con viejos bueyes”.

Ser solidario, especialmente en los duros tiempos que nos toca vivir como país ante el embate de la naturaleza, significa, entre otras cosas, no comerciar influencias a costa del dolor o la necesidad ajena. La autoridad con la mayor eficiencia posible, sin duda, de sus aparatos administrativos, acercará los recursos urgentes a los necesitados, sin embargo, es contraproducente, por ejemplo, que el concejal fulano, el representante zutano, se adjudique dicha acción. Uno termina preguntándose por qué es necesaria tanta influencia para acceder a los mínimos necesarios para paliar una apremiante necesidad.

La palabra, reveladora de misterios y constructora de mundos posibles, también suele convertirse en delatora de nuestra naturaleza y de nuestra verdadera condición humana. Ella será quien se pronuncie acerca de nosotros. JOGQ

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