sábado, 12 de junio de 2010

Qué linda en la tierra el agua se ve

Qué linda en la tierra el agua se ve

Hay gente que acostumbra a barrer a manguerazos. También, connotados ciudadanos que dedican largas jornadas a lavar su vehículo hasta quedar reluciente, vertiendo sobre él hectólitros de agua. Causa impresión como, sea invierno o verano, extensos caudales se desplazan por la cuneta de nuestras calles, saciando la sed de perros sin dueños y el calor de más de algún prójimo “en situación de calle”. Y además de impresión, a determinadas personas le provoca estupor la forma como uno de los bienes más preciados de la humanidad se convierte rápidamente en un lodazal maloliente que permanece durante días hasta que la temperatura y el aire se encarga de vaporizarlo.

Sin embargo, más allá del obligado ciclo que debe cumplir este vital elemento, llama la atención que, pese a las abundantes campañas en pro de hacer un uso racional del agua, se repiten conductas que son justificadas con el mero gesto de meter la mano en el bolsillo.

Me tocó una vez hacerle la observación a un vecino respecto del despilfarro que significaba verter durante horas y horas el valioso líquido, puro y cristalino, sobre la capota de su 4 x 4. Su espuesta fue, a mi parecer, no digna de su nivel y calidad profesional:-“Para eso es mía”- me respondió. Como jamás puedo quedarme callado, repliqué: -“El agua es de todos. Algo hay que aprender”. Me pareció oír en sordina una risa sarcástica ante mi ingenuidad.

No obstante, la respuesta de mi vecino refleja un sentimiento preente en nuestra cultura. La noción que todo es reducible a valor monetario. Desde este punto de vista, todo aquel que está en condiciones de pagar contaría con el fuero para hacer el uso que le plazca de los bienes disponibles. Tal como lo predicaba un ilustre panelista hace cierto tiempo en un programa televisivo. Él afirmaba que la mejor manera de reducir el abuso de los recursos no renovables o sensibles, como los recursos naturales o el agua, es castigando con sobreprecio a los que exceden los niveles normales de consumo. Pero este planteamiento entrega chipe libre a los que tienen cómo pagar y deja expuesto el preciado bien a la posibilidad que se transforme a la larga en un montón de monedas y billetes inservibles, porque con oro o con papel moneda la humanidad no podrá calmar su sed.

Los acontecimientos catastróficos que han azotado el mundo los últimos lustros, han alarmado a científicos y estadistas acerca del futuro que nos espera si no tomamos medidas responsables frente a la disminución tanto de áreas cultivables como de agua dulce disponible. Se ha planteado que en nuestra América Latina, en un plazo menor a 50 años la escasez de agua potable será dramática Es muy posible que esas premoniciones deje a la mayoría indiferente, a pesar de la comprensión racional de lo que se plantea y de la divulgación y campañas que se han propiciado para darle gravitación al tema. Es imperdonable, sin embargo, que el ciudadano instruido, aquel que en su círculo familiar, social, laboral o profesional lleva la voz campante, es decir, es líder de opinión en el contexto donde se desenvuelve, se desvincule de desarrollar o promover conductas inteligentes y susceptibles de ser imitadas. La claridad de visión frente a la actitud que debemos sostener frente al tema del agua, debe replicarse en los diversos aspectos que dicen relación con el desarrollo sustentable, el respeto por la naturaleza y el entorno en que vivimos, sea este urbano o agreste. Por eso es saludada, por ejemplo la prohibición de arrojar los escombros producidos por el terremoto en las riberas del río Caro, en Talca. Aquí en Linares, entretanto, la comunidad ha consolidado la costumbre de acarrear desechos de la más variada índole a las orillas de uno de los más importantes cursos de agua, el río Ancoa. Fácilmente se pueden apreciar neumáticos, mallas, ropa y electrodomésticos decorando feamente esos lugares que podrán ser de agrado y esparcimiento.

Creemos que a estas alturas, como sociedad, ya deberíamos haber alcanzado la adultez y nuestra visión y consecuente comportamiento, tendría que ser armónico con esa premisa. El pequeñín rompe el juguete que le compraron, porque él piensa que puede hacer lo que quiere con su propiedad. Y los adultos, por su parte, están pronto a reemplazarle el esperpento resultante de su acción, fijando en él la idea de que todo es desechable y provisional. Lo alarmante es que tal conducta tiende a perpetuarse a través de los años, traduciéndose en resultados indeseables y esta vez para toda la comunidad. Y aquí entramos a un problema de educación.

J.O.G.Q.

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