sábado, 12 de junio de 2010

Con el SIMCE en el horizonte, ¿es posible educar?

Cualquiera que se acerque a examinar algún test del SIMCE, sin la angustia de ver en él la máquina trituradora y devastadora de prestigios institucionales (imagen que la actual cultura educativa le ha conferido), podrá darse cuenta que la exigencia a que somete a los estudiantes no necesariamente se relaciona con destrezas adquiridas después de largas sesiones de entrenamiento, cual es la tónica aceptada por nuestros más connotados centros de enseñanza como estrategia para enfrentar este desafío, además de la imponderable Prueba de Selección Universitaria.

Se ha afirmado que los actuales instrumentos de evaluación oficiales, verdaderos cedazos por donde se debe filtrar a aquellos señalados por sus méritos, es más coherente con lo que debe ser el concepto de igualdad de oportunidades para todos, ya que, a diferencia de las antiguas pruebas, privilegia el conocimiento surgido de los contenidos curriculares. Aquellos, en tanto, apelaban a las aptitudes, habilidades personales, que el estudiante demostraba para enfrentar las exigencias académicas.

¿Cuál, según Ud., exhibe un sesgo más democrático? Desde nuestra perspectiva, ninguno de los dos. En el caso actual, la diferencia entre los distintos establecimientos en sus más diversas variables, unidas a la disparidad en las condiciones de entrada de los alumnos y, más aún, su diverso capital social y cultural, deja las cosas fojas cero, es decir, en situación similar a cuando campeaban las aptitudes como criterio para seleccionar a los que tenían mérito suficiente para ascender en el sistema educativo y, a la postre, en la estructura social.

El sistema de medición del rendimiento ha lanzado de cabeza a nuestros conspicuos educadores a diseñar estrategias muy similares a las cadenas de producción aplicadas en el contexto de las salvajes competencias entre empresas rivales. Y el lema se ha convertido en preparar el escenario ideal para que el alumno “se sienta” rindiendo el famoso examen, de similar forma como los participantes de un reality show, donde las fantasiosas condiciones se asemejan lo más posible a la realidad.

Y al diablo con las elaboradas propuestas educativas, resultados de sesudas investigaciones y reflexiones de sabios de la talla de Vygotsky y Ausubel. El constructivismo, del cual nuestro sistema educativo ha hecho extraordinaria gárgara, ha quedado subsumido en esta urgencia por los resultados que el educador siente que le ha impuesto el sistema. Por otro lado, siendo el origen de la gran masa de pedagogos de nuestro país, el mismo de aquellos niños y jóvenes menos favorecidos, no ha sido capaz, no ha tenido las herramientas necesarias, para analizar el fenómeno desde un ángulo de mayor proyección y, queriendo demostrar su calidad a toda costa, ha decidido abominar de todo aquello que suene a filosofía educativa, a fundamento antropológico, para dedicarse con todo ahínco y entusiasmo a la preparación de hordas de individuos que alcancen el exitoso rendimiento en tales mediciones, suponiendo, equivocadamente, que es el mismo que les demandará más tarde la competitiva y exigente actividad productiva.

Y pobre de aquel extraviado que, recordando su vocación por la cual ingresó a la carrera pedagógica, incluso desechando otros nichos más prometedores, se atreva a proponer una visión que considere la formación humana como eje de su acción educativa. Se verá enfrentado a los y las profetas de la nueva “ideología” educativa, entronizados muchos de ellos en los cuerpos técnicos y directivos, o con influencia sobre ellos, los cuales con un veloz glosario lleno de enumeraciones de contenidos memorizados, que confunden con “programa”, se apresurarán a sacarlo de circulación o enfriarlo en un container donde no altere el paisaje.

¿Es esta una realidad inexorable? No necesariamente, a menos que queramos que nuestros profesionales se sigan mandando los numeritos a los cuales ya nos acostumbraron, con puentes derrumbados, edificios colapsados, sistemas que no funcionan en condiciones normales y menos en situaciones de urgencia. La culpa, insisto, retomando las ideas introductorias, no está en los instrumentos de evaluación, los que por su naturaleza propenden a la síntesis. Pero un educador no puede trabajar en función de dicha síntesis. El educador trabaja para el análisis, la formación, el autoaprendizaje, lo significativo. Y de ese pozo profundo deben surgir las respuestas que el estudiante ponga a prueba al enfrentar la evaluación. Lo mucho da origen a lo compendioso y no al revés, como parece que es actualmente la impronta asumida por los educadores.

J.O.G.Q.

No hay comentarios:

Publicar un comentario