sábado, 12 de junio de 2010

Educación de excelencia

Hablar de educación de excelencia es abordar un tema que ofrece variadas posibilidades de enfoque. Es factible analizarla desde la perspectiva de los grandes objetivos educacionales, cuales son el desarrollo permanente del ser humano y el pleno logro y satisfacción de todas sus facultades. Mucho se ha reflexionado e investigado al respecto, desde los inicios de la vida en comunidad, acerca de cuáles son los caminos más adecuados para propender a la perfección humana, formulando para ello metas, enfoques curriculares, procedimientos metodológicos y didácticos, fundamentados en teorías cuya base es, primeramente, determinar la esencia de la naturaleza humana, sus necesidades y aspiraciones. Desgraciadamente, a pesar de la abundante literatura existente al respecto, se puede afirmar que muchos de los actores participantes, no conoce suficientemente los fundamentos necesarios para desarrollar su delicado quehacer formativo, conformándose a manejar someras nociones de las principales corrientes de pensamiento, o bien fundamentando su quehacer en lo que "los años de práctica me han enseñado". Ya Platón, no obstante, discutía con sus discípulos el sentido y norte de la formación del hombre, señalando que el objetivo era formar un individuo "justo", vale decir, con sus facultades en plena armonía, estado que ha de reflejarse en su conducta dentro de la comunidad. Las diversas escuelas de pensamiento relativo al tema, han querido a través de la historia establecer el mejor camino para que el ser humano alcance su plenitud, por medio de, entre otras propuestas, el arte, el contacto con la naturaleza, el condicionamiento, el compromiso social, etc. Sin embargo, puntos de vista más recientes han fijado su atención en las instituciones encargadas de desarrollar el proceso educativo. Y es en este sentido que la sociedad ha querido ver en los centros educativos (escuelas, liceos, universidades), el elemento decisivo para que el alumno(a) alcance el éxito esperado. Concordante con ello, se han levantado rankings de establecimientos según sus logros, los cuales serían indicadores de cuán excelentes son, de modo que padres y apoderados puedan, con información en mano, elegir aquella institución en la cual confiarán el éxito futuro de su pupilo(a). Los datos numéricos de logro ofrecidos por los instrumentos aplicados, esconderían la presencia de elementos cuya existencia explicaría los niveles de logro. Todo esto, si asumimos que la excelencia está evidenciada por los altos puntajes en los sistemas de medición. Antes, una digresión. Cuando hablamos de medición, no queremos decir evaluación. Esta incluye a la primera y, por lo tanto, involucra una serie de aspectos que pueden o no ser reducidos a números. En segundo término, tiende a homologarse los conceptos de excelencia y calidad. Pero la excelencia implica una distinción entre una y otra unidad, lo que, por lo tanto, significa que se posee un rasgo relativamente exclusivo dentro de la oferta del servicio educativo. Mientras tanto, la calidad es una meta a la cual aspira todo el sistema educacional, sin considerar las limitantes y condiciones de los estudiantes acogidos a él.

¿Qué es, por tanto, la excelencia educativa? Por de pronto, logros. Esto significa que existe una institución que es eficiente y eficaz. Que, independientemente de los recursos con que cuenta, es capaz de extraer de ellos el máximo provecho y que, además, logra lo que se propone. Y estos propósitos, si nos atenemos a lo meramente estadístico, no solamente se refleja en las calificaciones y puntajes de los educandos, sino también en los niveles de promoción, retención y asistencia. O sea, los logros no son a costa de deshacerse de alumnos que no rinden. Esto equivaldría a que el capitán de un barco ordenase lanzar a las olas a los tripulantes o pasajeros, para que la nave avance mejor. Concomitante con esto, para lograrlo hay una gestión en la que cada una de las instancias de la organización funciona armónicamente con las demás. Ninguna invade a la otra, pero trabaja colaborativamente, conformando un equipo solidario liderado por un ente que consulta, fomenta la participación y que privilegia el diálogo como política oficial y, por el contrario, no estimula el surgimiento de poderes paralelos o camarillas que transmiten información, pasando por encima de los estamentos debidamente consagrados en la organización. Esto último, es fundamental, a menos que la mirada del líder sea tan corta que olvidando los propósitos últimos de la organización, favorezca objetivos de corto plazo en beneficio de intereses de determinados actores en detrimento de otros.

En relación a esto, no basta para que una entidad se denomine participativa, la existencia de un Consejo Escolar con representantes de los diferentes estamentos, siendo esta una noción heredada de los conceptos organizativos del modelo empresarial, que responde a una lógica típica de la industria, donde, en el mejor de los casos, la relación, aunque bidireccional, fluye asimétricamente. Hoy, en la era de la información, el flujo de participación es multifocal, horizontal y orientado a la creación de escenarios comunes desde la diversidad.

Finalmente, elemento que es a la vez resultado y condición para el funcionamiento de una organización exitosa, es también un clima organizacional sano y productivo. Las decisiones, los estilos de liderazgo, los mecanismos a través de los cuales se relacionan las distintas funciones, como asimismo el currículo implícito (que al contrario del explícito, no está formulado objetivamente, sino que se ha consolidado a través de los hábitos, tradiciones, creencias, etc.) coadyuvan a la generación de un clima de trabajo propicio para el cumplimiento de tareas o, lisa y llanamente se convierte en un obstáculo para alcanzar los objetivos.
Estas tres grandes dimensiones, susceptibles de ser analizadas en múltiples componentes, configuran el espectro que evidencian la excelencia o no de un centro educativo.


J.O.G.Q.

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