domingo, 4 de julio de 2010

Habiendo tantos doctores (y magísteres),¿Por qué nuestra educación sigue grave?

Simplemente, porque conocer algunas técnicas de investigación, sumadas a determinados conocimientos teóricos, no lo hacen a uno sabio o inteligente. Han sido individuos visionarios, quienes inquietos por la marcha de un fenómeno, se han abocado a la búsqueda de su sentido profundo, hasta encontrar algunas respuestas sobre el particular. Y no necesariamente todos ellos han recibido el diploma o laurel consagratorio de manos de una institución académica (un caso espectacular, en el ámbito de las ciencias fácticas, es el de Enrico Fermi, que recibió el grado de Doctor, con su tesis con la cual postulaba recién el programa). Lo que se está haciendo aquí y ahora, en educación, por contraste, es como poner la carreta delante de los bueyes. Vale decir, cual rampante caballero del Medioevo, primero me armo hasta los dientes, sin saber para qué, incluso gastando hasta el último dinar, y solo cuando me encuentro recién en el campo marcial, resuelvo cuál es el enemigo a quien debo aporrear. Y eso explica por qué hay tanto graduado de hace algunos años, cuyo diploma solo aparece al momento de acceder a las asignaciones, pero que no se traduce en aportes importantes a su tarea. Además hay que señalar que el conocimiento que no se practica, desaparece, amén que lo adquirido, en los tiempos que corren, pierde actualidad rápidamente.

Estos investigadores actuales son felices cuando, en el curso de su formación, realizan un estudio acerca de una menudencia, que a la postre no incide en nada en la marcha del trabajo educativo. La acumulación de datos, no significa necesariamente que se sabe, que se domina una materia. Es simplemente eso, acopio de información.
Más valdría estudiar profundamente los resultados de investigaciones ya hechas por estudiosos profesionales, dedicados las 24 horas del día a ello, que realizar pequeñas, minuciosas e inútiles constataciones. Esas mismas que seguramente no se harán jamás cuando el graduado asuma funciones laborales, orientadas a ganarse el pan. Los investigadores a este nivel desbordan felicidad cuando logran constatar hipótesis que el sentido común ya ha resuelto en la práctica, pero que por “extrañas” razones no se han implementado.

Recuerdo en cierta ocasión, cuando proponíamos como tema de la tesis del postgrado, el clima de aprendizaje en la sala de clases en un colegio local, nuestra guía del taller se escandalizó, para luego afirmar campante que tal indagación realizada en cierta ocasión, había demandado ¡cuatro años de trabajo!, entre levantamiento de muestra, análisis y procesamiento de datos y las correspondientes inferencias y extrapolaciones. Y todo para, ¡oh, felicidad!, quedar con una puñado de afirmaciones imprecisas y una larga lista de interrogantes. Pensemos que la suerte de un estudiante secundario se resuelve justamente en ese lapso. Y la educación necesita respuestas ahora ya.


El sistema educacional se ha llenado de “expertos” y estudios encargados que han influido prácticamente en nada en la calidad del servicio educativo. En muchos casos, ha sido para cumplir con determinadas exigencias legales (como el caso de las ATE, Asistencia Técnica Educativa, consagrada por la Ley SEP) o bien propiciar una imagen de calidad que no necesariamente se refleja en la práctica. El Ministerio, de acuerdo a la información aparecida en los medios, se encontró con investigaciones solicitadas, cuyos resultados no se encuentran en parte alguna o en determinados casos se hallan replicados.

Ahora bien, los programas de magíster, por lo general, intentan constreñir en menos de dos años un bagaje de conocimientos y habilidades intelectuales e investigativas imposibles de asimilar para un profesional que ha pasado su vida en la más pedestre y esencial actividad de hacer clases. No sé por qué nos recuerda al famoso plan de regularización de título de los años 80. En tanto, parece ser que el interés primordial de estos candidatos consiste en agenciarse un post grado para poder acceder a puestos y jerarquías desde la cual evitar enfrentarse al fenómeno y la problemática real de la educación. Otro aspecto bastante interesante del problema, es tropezarse a menudo con profesionales ajenos al ámbito educativo, que han resuelto, por circunstancias de su vida laboral, adquirir un grado académico y han conseguido, amigos y familiares mediante, cargo en unidades, las que, en definitiva, logran sostenerse merced al trabajo docente del personal que lidia día a día en el frente de batalla. Los aludidos han sido capaces de realizar el acto inaudito de llegar al piso superior, saltando directamente al último peldaño.

Mientras tanto, en la sala de clases se suceden, sin solución de continuidad, las monótonas sesiones que eternizan el expediente de nuestra educación, a saber, el trasvasije de contenidos, valga a quien le valga, pero que en ningún caso se transforma en adquisición de habilidades y aptitudes. Con suerte, se traduce, en los mejores establecimientos, en una habilidad para contestar instrumentos de medición estándar (algunas universidades piensan que la PSU, no es tan buen indicador como lo sería el rendimiento en la educación media, dicho sea de paso).

Lo que se necesita, en la realidad nuestra de cada día, es sumar personal inteligente, preparado y asertivo a nivel de la sala de clases y que le guste su profesión, que aporte entusiasmo, entrega y creatividad para asumir cotidianamente la compleja tarea pedagógica. ¿Quién lo hará?
JOGQ

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