viernes, 24 de diciembre de 2010

Navidad ahora y siempre



Juan Gajardo Quintana
“El fin de años huele a compras, enhorabuenas y postales, con votos de renovación…” Silvio Rodríguez, Canción de Navidad
Si Ud. es una persona como cualquiera: ignorada, desorientada, contaminada, y quiere dejar de ser un o una triste desconocida, entonces súmese a las hordas de compradores desesperados que pululan nuestras avenidas en estas álgidas fechas de fin de año. En cuanto la vía pública se convierta en un mar que se desborda por los cuatro costados, aparecerán la prensa, la televisión, la radio y de manera espectacular cubrirán el magno evento, destacando la dimensión del fenómeno, en cuyo número estará Ud. incluído (a) y, si tiene suerte, pasará a la historia, respondiendo preguntas esclarecedoras como ¿Desde qué hora anda por aquí? O bien, ¿Aún le falta mucho por comprar? E incluso ¿Le afecta mucho el calor? Porque esta parte del fenómeno navideño, llena ahora dos tercios de los programas “noticiosos” (el otro tercio se divide en partes iguales entre el fútbol y los escándalos políticos e institucionales de nuestro querido jaguar latinoamericano).
Cómo celebran la Navidad los gringos solo lo sé por las películas, ya que mi modesta planta jamás ha pisado otro suelo que no sea este de mi dulce patria. Cuando el programa de pasantías docentes daba la oportunidad de pasearse durante un mes o más por territorios extranjeros, era mucho lo que había que hacer en la educación por estos lados, como para aprovechar esa irrepetible franquicia. Pero resulta encantador ver como nuestros colonizadores del norte, expresan sus saludos navideños, cantan villancicos, viven la aventura de buscar y adornar su árbol navideño y se impregnan de ese espíritu candoroso que, aunque un poco azucarado, acaricia deleitosamente el alma. Lo hace a uno retornar a esos momentos plácidos de la infancia, en que nuestra madre instalaba el árbol que llegaba hasta el techo, desenvolvía los adornos primorosamente guardados en cajas acolchadas y de mañanita nos servía un tazón de chocolate acompañado de sendos bizcochuelos. El pan de pascua es un producto que irrumpió en el mercado formal e informal no hace demasiado tiempo.
Los modestos juguetes que recibíamos solo contribuían a hacer un poco más mágico el ambiente, que de por sí ya se encontraba impregnado de un dulce sentimiento de tranquila e íntima felicidad. Además en la escuela, nuestras profesoras normalistas, con ese espíritu que hoy se echa de menos, revestían las actividades de finalización de año con ese velo maravilloso dado por las fechas que se aproximaban. Una vez que las calificaciones estaban puestas y la situación final de los alumnos definida, no quedaban mirándose las caras, despachando a los estudiantes o dándoles chipe libre para sus travesuras de fin de temporada. No. Había una exposición que preparar, un bello acto que realizar, escenografías, convivencias, repartos de juguetes, tarjetas que confeccionar y… villancicos que enseñar. Aún recuerdo a mi hermana como nos solazaba todo el día con sus cánticos de belenes, niños, novenas, estrellas y magos. Letras de ingenuas canciones que perdurarán siempre en nuestra memoria. Sobre todo cuando en las fiestas infantiles ahora, mientras se agazaja a los peques con torta y helados, son los Charros de Lumaco y otros parecidos, los que inútilmente nos recordarán qué fiesta es la que celebramos. Quizás siempre ha sido así con las tradiciones que heredamos de otras culturas. Las asimilamos distorsionándolas o incapaces de comprenderlas, las convertimos en un engendro. Recuerdo con espanto las cumbias villeras de la prefiesta navideña que celebré con mis compañeros de trabajo la temporada anterior. En fin, es muy posible que ese mismo espíritu que respirábamos en nuestra infancia, envueltos en las cadencias de campanas y cascabeles, hoy sea el mismo, pero cabalgando no en renos, sino en el piafar de los recios corceles de Los Bandoleros del Sur.

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