miércoles, 29 de diciembre de 2010

Alumnos improntados

Juan Gajardo Quintana
Y tuve muchos maestros de que aprender... Sui Generis “Aprendizaje”
Es impresionante la influencia que los profesores ejercen en el comportamiento de sus dirigidos. Nótese que no dijimos “en la forma de ser”, puesto que la parte íntima del educando, por lo general esreservada para sí mismo y para quienes elige vía afectiva. Pero siendo fiel con la premisa que las relaciones humanas son transacciones en las que se entrega algo a cambio de una retribución, se concluye que las formas de actuar de los alumnos, son la respuesta a la manera como el educador les plantea la realidad, a nivel de aula y de la vida escolar. Así, un profesor permisivo no le dirá al alumno que la vida es un eterno recreo, pero sí le permitirá creer que la sala de clases y el colegio es un parque de diversiones. Por su parte, un docente ordenado y estricto, aunque sufrirá los efectos de esa permisividad y se verá en serios aprietos cuando pretenda obligar a sus pupilos a comportarse con circunspección, promoverá en ellos las adaptaciones necesarias ante un esquema diferente. Pero es en el ámbito de los valores, siendo el ser humano un ente moral, donde es más peligrosa esta influencia. Un docente acostumbrado a jugar a ser popular, está dispuesto a claudicar ante las expectativas de sus alumnos. Si sumamos la inseguridad personal que mucho docente carga consigo, nos encontramos con un individuo potencialmente nocivo, pues a toda costa buscará la autoafirmación mediante recursos destructivos, como la indulgencia, la laxitud frente a las exigencias, la banalidad expresada en compartir seudovalores consagrados por los medios masivos y un discurso autorreferente, cuyo resultado es distraer a los estudiantes de los contenidos realmente importantes. ¿Qué puede servirle al alumno escuchar largas peroratas sobre las preferencias consumistas del(a) profesor(a)? ¿O conocer al dedillo los éxitos de la parentela de la señorita tal y cual? Otros se autoerigen como adalides y defensores de los débiles, en desmedro de la ética que debe regir en su relación con los demás profesionales. Todo esto está muy cerca de lo que se denomina “chantaje emocional”. Las conductas de los docentes, disfrazadas de celo profesional o compromiso con los estudiantes y apoderados, y que se traduce en escuchar cuanto cahuín le traigan acerca de otros alumnos y apoderados, o de sus propios colegas, transforma el ambiente en un irrespirable hervidero de intrigas, desconfianzas e incluso traiciones. Pero para los patrocinadores de tales prácticas, esto constituye una vinculación cercana con sus alumnos, especialmente alumnas, puesto que ellas son más sensibles a la manipulación afectiva, sobre todo si proviene de un individuo del mismo sexo. De modo que es muy común encontrarse con grupos curso donde el ambiente de intriga se puede cortar con tijeras, por obra y gracia de consagrados educadores que gozan de un sólido estándar precisamente gracias a ese macizo trabajo político. Lo interesante, es que individualmente, los alumnos afectados por esa imposición de la realidad, al sondearlos más de cerca, manifiestan no precisamente satisfacción, sino la desazón por encontrarse obligados a ese proceder para no hacer peligrar su situación personal y sus resultados académicos.
¿De cuántas cosas deberíamos pedir perdón los profesores? Sería muy interesante que cada Día del Maestro, no solo se diera lectura al Decálogo del Profesor, sino también al “ Mea Culpa del Profesor”. Todos sabemos, cual más, cual menos, los errores de que somos culpables. Errare humanum est. El verdadero delito es creerse una eminencia que jamás se equivoca, y peor aún, saber que se está actuando indebidamente y perseverar en ello. La educación, y la religión, son dominios extraordinariamente delicados, puesto que ambos aspiran a la plenitud, en un proceso llevado a cabo por seres llenos de defectos y limitaciones, incluso a menudo se convierten en ámbito de refugio para individuos llenos de carencias y contraindicaciones, no filtrados como se debiera en la formación profesional inicial. Para rematar, la naturaleza humana tiende a negar ante sí misma sus vicios cuando se ve enfrentada a algo sublime o superior, según el principio de autodefensa ya estudiado por la psicología. Entonces está disponible el indefenso prójimo para cargar sobre él nuestras fallas, antes que los logros ajenos desnuden nuestras propias falencias. Cuídate de aquel que te odia por tus defectos, porque más te aborrecerá por tus aciertos. Se me ocurre de repente, siendo partidario acérrimo de la educación laica, que en cada establecimiento haya un confesionario, donde los sufridos y pródigos educadores puedan higienizar sus espíritus, reconciliándose con la vida, con sus colegas y consigo mismos. La interminable cadena de talleres que se realizaron desde los años 90, apuntaban en parte a eso, a “sincerar” la tarea del maestro, pero como en su mayor parte fueron implementados sin mayor criterio y en forma “espontánea”, tanto el programa mismo como sus efectos se diluyeron como el vapor, reapareciendo nuevamente las rémoras que se acumulan en el ejercicio docente, para desgracia de tan delicada tarea como de los jóvenes que se ven afectados por ella.

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