domingo, 21 de noviembre de 2010

La urgente necesidad de podar el árbol

Juan Gajardo Quintana
Consultar a la ciudadanía -la masa manipulada por los medios de comunicación- acerca de temas relevantes, pero especializados, constituye un buen ejercicio para tomar acertadas decisiones políticas de carácter coyuntural, pero no significa una guía acertada y propicia para implementar buenas soluciones que a la postre se traduzcan en beneficio y desarrollo para la sociedad. Esto es porque las tendencias representan las percepciones de “la gente” en un momento determinado y, obviamente, apreciaciones impresionistas, cuyas bases se nutren en los temores, gustos y desinformación del opinante y en ningún caso, en su conocimiento y dominio del tema. En otras palabras, son preferencias nacidas de las vísceras y no del cerebro y la reflexión. Sin embargo, llega a ser monstruoso el pánico en que caen los personajes e instituciones que se nutren del “rating” para su supervivencia. Cuando un país cae en la encuestocracia, está condenado a andar dando tumbos por los siglos de los siglos. Pero la tentación, y la necesidad, es tan grande, que para asumir medidas de grande o poca envergadura, el oído y la atención están prontos a inclinarse al sentir de la muchedumbre, expresado mediante consultas justificadas por la disciplina que todo lo explica y justifica: la estadística. Pero, existe proporción ninguna, entre preguntas tales como-en el tema de la educación, por ejemplo- “¿Se siente acogido por el director?”, con esta otra: “¿Cuál es la solución para elevar la calidad del servicio educativo?”. Evidentemente, hay un abismo en las competencias requeridas para responder esas dos consultas. No obstante, existe también la tendencia de valorar los resultados en ambos tipos de dominios, como si fuera la palabra inspirada, puesto que interpretan “lo que quiere la gente”. Para el individuo lúcido no escapa que todo se reduce a un, digamos, ingenioso juego de oportunidades, en que las cartas deben ser jugadas de la forma y en el momento apropiados.
Luego de este proemio, refirámonos al tema que nos sugiere el título. Quien sabe de frutales, viñas o bosques, entiende que una de las principales tareas para conseguir plantas vigorosas y productivas, es la poda. Es decir, privar al ejemplar de aquellas ramas y brotes que a nada conducen y que solo constituyen un desperdicio de energía, un consumo inútil e improductivo. No se conoce hasta el momento agricultor o jardinero que llore o se lamente por sentir que está mutilando a sus plantas regalonas, sino al contrario, experimenta, creemos, un extraño placer al vislumbrar los beneficios que redundará su prolija acción. Porque no se trata de hacerlo a tontas y a locas, sino con criterio y meticulosidad. Las instituciones también tienen ramas, como los vegetales. Por lo tanto, no hablamos alegóricamente, más bien hacemos un paralelo entre ambos fenómenos. A través de dicho ramaje circula también la savia que da vida al sistema y genera el dinamismo necesario para producir los bienes y servicios que justifican su existencia. Y contra toda lógica, siendo estas estructuras ideadas para trabajar con eficiencia, no dejan de sufrir también la aparición de quistes, tumores y órganos monstruosos que debilitan el organismo y lo condenan a la molicie e improductividad. Este fenómeno, usualmente asociado a las instituciones del estado, también está presente en las empresas de iniciativa particular, que se llenan de agentes que, cual colesterol de baja densidad, obstruyen el normal flujo de los nutrientes y reducen los niveles de eficiencia y productividad. Pero si es preocupante en el ámbito de lo privado, en lo público tiene un carácter grave, por el hecho que los recursos pertenecen a todos los habitantes del país y también porque afectan el desarrollo de la sociedad completa. Es ahí cuando resulta absolutamente perentoria la aparición de un Superpodador, que con su tijera justiciera cercene todos aquellos pámpanos que en la vid de la organización pública no estén dando fruto. Este personaje, evidentemente, debe poseer una valentía y una visión a toda prueba. Que no escuche a los villanos archienemigos del bien público: poderes fácticos, intereses corporativos, componendas políticas, encuestas de opinión ciudadana. Exhibiendo una envidiable bizarría, deberá desafiar la opinión de la masa y sustentarse en la fuerza de sus principios y convicciones. Con su ojo clínico y su vista de rayos x, deberá percibir las distintas capas del organismo en las cuales se hace necesaria su intervención e implacablemente operar sin más escrúpulos que no sean los que lo guíen hacia un futuro más prometedor y más decente, ético y afianzado en la verdad. Y así procederá a podar, retirar paulatina pero decisivamente, legislaciones inútiles y coartadoras, estructuras absurdas, cargos innecesarios, funcionarios ineficientes o instalados en los sitios que no les corresponde, en virtud de sus características, capacidades y preparación. Y quizás, si aún le duran las fuerzas, desenmascarar aquellas organizaciones que viven del engaño y la necesidad, como por ejemplo, psudoinstituciones de capacitación, que ni siquiera poseen rol, o sede o incluso planes de estudio. Pero todo esto deberá hacerlo a contrapelo de lo que digan las encuestas, y la malentendida y abusada libertad de empresa. Las insignes y emblemáticas iniciativas que están surgiendo a nuestro alrededor solo lograrán fructificar en la medida que la planta se muestre saneada y asistida por una competente, continua y prolija acción depuradora.

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