domingo, 28 de noviembre de 2010

Esa caja negra ¿Qué es lo que debe cambiar en la sala de clases? SegundaParte

Juan Gajardo Quintana

La semana anterior, iniciamos una consideración relativa a la inquietud ante los cambios anunciados por la autoridad educacional. La dirección de lo expuesto por nosotros apuntaba a discutir lo concerniente a lo que ocurre en el aula.
Pues bien, para determinar qué es lo que debe cambiar dentro de la sala de clases, hay que definir qué es lo que se busca. La respuesta es clara y precisa: lo que se persigue es aprendizaje. Tampoco se trata de, como quisieran los últimos aristócratas del tema: magísteres y doctores, realizar costosas investigaciones que duran años, para salvarle la vida a los niños que hoy necesitan acciones concretas.
Respecto del aprendizaje existen diversas teorías acerca de su esencia y de cómo se logra. Pero coinciden en indicar que el elemento que lo define es un cambio de conducta (a nivel intelectual, actitudinal y motriz) y que se consigue mediante un procedimiento, vale decir, mediante un sistema, un proceso, una secuencia de pasos con un orden establecido. De esto se desprende que la experiencia del alumno en la sala de clases no es una sumatoria de actividades, cuál más desorbitada que la otra, ni tampoco la incorporación indiscriminada de tecnología. Se ha criticado al docente de ser reacio a meter las TICs (Tecnologías de Informática y Computación), mientras que de los noventa se nos viene predicando que son tremendamente necesarias para mejorar los aprendizajes. De ahí que cada establecimiento se ufana al realizar su oferta de contar con un “Laboratorio de Computación”. Veamos qué dice un experto: "La típica sala de clases con computadores (en filas) no sirve para nada, porque los alumnos no se hablan, no se miran.(…) los alumnos tienen un computador uno no ve qué hacen con ellos…” (Pierre Dillenbourg educador belga y Phd en Ciencias de la Computación de la Universidad de Lancaster). Por otra parte, meter la tecnología a la sala, si no se tiene claro el concepto de desarrollo de la clase, en lugar de ayudar, se transforma en un elemento distorsionador y generador de desconcentración por parte del alumno y estrés para el profesor. El autor agrega que "uno de los problemas actuales es poner demasiado énfasis en la tecnología, siendo que la meta es que los alumnos alcancen los aprendizajes", además , "no existe tecnología eficaz en el aprendizaje si no está el profesor detrás. Los alumnos que simplemente permanecen sentados frente a la pantalla de un computador no aprenden nada, seguro se distraen. El profesor es quien debe preguntar y buscar que los estudiantes argumenten, reflexionen y justifiquen lo que aprendieron". Lo que está detrás de esta argumentación, a pesar de ser meridianamente clara, es que cualquier clase por muy computarizada que esté, debe obedecer a los mismos criterios de la menospreciada clase expositiva o “tradicional”, so peligro de convertirse en un fiasco tecnológico, uno más, de los experimentos realizados hasta ahora. Recuérdese no más la tentativa de los colegios que reemplazaron el cuaderno por el notebook y que arrojaron los peores resultados comparativos. A esto hay que agregar que armarle a los alumnos un parque de entretenciones en el liceo, como se aprecia en muchos establecimientos, constituye definitivamente, una aberración, como que ese mismo afán de algunas comunas pequeñas, de querer “iluminar” con Internet su área, tanto rural como urbana, sin poseer un plan de desarrollo en lo educativo, carece totalmente de sentido. La tecnología, como el Ministerio ya sabe, es una herramienta más con que cuenta el docente, pero que por sí sola no desarrolla habilidades superiores, que son precisamente las condiciones que la han hecho existir, partiendo del álgebra computacional, los análisis de sistema, la creación de la digitalización, lenguajes de programación y todos los conocimientos técnicos relacionados a ella.
El teórico citado declara algo muy interesante: "No hay razón por la cual cambiar la docencia si funciona bien. Yo le preguntaría al profesor qué es lo que no está funcionando bien, como por ejemplo, en una prueba, en qué pregunta siempre fallan los alumnos, ¿Con qué nuevo método enfrentar el capítulo de esa materia? Preguntar dónde hay una decepción con el propio desempeño docente". Lo que el educador requiere exhibir es plasticidad en su tarea para adoptar las prácticas más apropiadas ante el problema emergente, y esto no necesariamente pasa por la utilización de implementos tecnológicos que, por lo demás, para los alumnos en su mayoría no resulta ninguna novedad, toda vez que en sus casas sus padres los han agasajado cada vez que pueden para “que no les falte nada de lo que a mí me faltó”. La plasticidad, precisamente, se adquiere gracias a la experiencia, palabra no adecuadamente valorada en la actualidad. Picasso dijo una vez que tardamos toda una vida llegar a ser jóvenes. Toda la razón, cuando recordábamos cómo éramos recién egresados y también observando a nuestros jóvenes colegas recién incorporados o cursando uno de aquellos famoso post grados tan urgentemente apetecidos hoy en día. El arsenal que traemos en estas ocasiones nos pesa, nos hace tastabillar y no sabemos usarlo con la habilidad necesaria. Alguien dijo que a un novato se le reconocía por querer utilizar todas las armas al mismo tiempo. La sabiduría para utilizar la mesura y la oportunidad viene con el tiempo. ¿Queremos buenos profesores? No lo hagamos como con la fruta de exportación, que se cosecha verde y se hace madurar a la fuerza o se le maquilla para que lo parezca. Finalmente, es necesario reafirmar la idea que el aprendizaje no es una entretención, si no, para qué existe el recreo. La adquisición de habilidades superiores, no adiestramiento para contestar mediciones estándar, es un desafío exigente, meticuloso y ordenado. Eso lo tienen clarito los colegios de vanguardia. Cuesta entender por qué, en los establecimientos más desfavorecidos, se tiende a pensar que al alumno hay que traerle la calle y la televisión a la sala de clases.

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