domingo, 15 de enero de 2012

Un Estado que juega con fuego


Juan Gajardo Quintana

Cuando el Presidente alega que los incendios fueron intencionales, es muy posible que esté viendo que provocar un siniestro que arrase con importantes extensiones de flora y poblaciones de fauna, es un negocio que le puede convenir a determinados grupos de interés.

De otra manera es imposible pensar que alguien cause un desastre de tales proporciones.

Algunas reacciones dan que pensar así. Prontamente, determinados personajes insinuaron que tales predios estarían mejor protegidos si se parcelaran y se entregaran a manos particulares. Es obvio que el suelo es uno de los bienes renovables que más apetito despierta en los “emprendedores” y “visionarios” que ven que no está lejano el día en que los recursos terrestres serán motivos de genuinas guerras por su posesión. Esto vale para el agua, las reservas minerales y, obviamente los suelos cultivables. Lo preocupante es que sabemos que se realizan ingentes (enormes) esfuerzos en este preciso momento, echando mano a todo el poder económico, político y social, para hacerse cada vez más de estos bienes escasos, independientemente de la vulnerabilidad en que puedan quedar las comunidades afectadas.

Tampoco hay que ser muy cándido, para no darse cuenta que la insinuación de intencionalidad, también se relaciona con la suspicacia que despiertan las ansias reivindicacionistas del pueblo mapuche. Pero, parece ser que quienes primero experimentaron lo implacable de la toma de posesión por el expediente del fuego, fueron los miembros de nuestros pueblos aborígenes. Por allá en el siglo 19, cuando se desarrolló una entusiasta política de colonización de nuestro sur, Vicente Pérez Rosales, aventurero y hombre de acción, fue comisionado por el gobierno de Chile para motivar a los europeos, especialmente alemanes, a que vinieron a disfrutar de las bondades de nuestro territorio. Ante lo perentorio de la necesidad de suelo para los colonos, el insigne estadista no trepidó en arrasar con fuego el inmenso territorio de Llanquihue, incendio que duró tres meses. Bosques milenarios, con sus intrincados biosistemas desaparecieron bajo las llamas, para no levantarse jamás. Especies únicas de la flora y la fauna – incluso de la fauna marina-fueron sofocadas por las humaredas tóxicas azuzadas por los combustibles utilizados para evitar su extinción. Mención especial merecen los asentamientos humanos de los cuales jamás se tuvo censo alguno. Por lo demás, tampoco era preocupación de ese Estado que décadas antes había pagado o auspiciado a naturalistas como Von Humboldt, Gay o al mismo Darwin para hacer un levantamiento de los ecosistemas existentes en esas latitudes. Conclusión: bosques milenarios en el curso de tres infernales meses se transformaron en suelos arrasados y fertilizados por las cenizas de las majestuosas especies que habían reinado sin contrapeso a través de las edades.

Entonces, hay razón de sobra para ponerse suspicaces. Los ciudadanos de a pie, sabemos que detrás de la pompa de los grandes negociados en pro del crecimiento (palabra fetiche del sistema neoliberal), se desenvuelve el más solapado, subrepticio (escondido) y desprejuiciado estilo de quienes son los innovadores -depredadores- y especuladores del momento actual.

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