viernes, 20 de enero de 2012

Verano y placer en la ciudad




Juan Gajardo Quintana

Es uno de los recintos más divertidos que existen en la ciudad de Linares. Te puede mantener entretenido toda la mañana o toda la tarde, desde el primer minuto que llegas hasta cuando te vas. No lo supera ninguna disco, menos los lateros chat de Internet, diseñados para gente aburrida o falta de imaginación. Para poder disfrutar de la emoción o del solaz que ofrece el lugar en cuestión, no se precisan gigantescos decibeles o pirotecnia cara y peligrosa. Es curioso, pero precisamente toda esa faramalla que explota y se diluye en un momento, vendría a ser un estorbo a la hora de sacarle el jugo a la diversión que encierra este portentoso escenario. Pero, como en todo orden de cosas, para extraer el zumo del esparcimiento que ofrece, es necesario llegar preparado. Siendo el juego y la diversión algo extremadamente serio, no se pueden abandonar al azar los criterios y pormenores que harán de nuestro pasatiempo algo digno de atesorar a través del tiempo. En este quehacer lúdico se necesita haber superado estadios previos de inconsciencia e incompetencia y haber entrado en el plano de los elegidos, aunque partiendo de los niveles más básicos. Por lo demás, todos quienes entran en el espacio delimitado por sus adustas paredes, serán objeto de la más dilecta de las atenciones de quienes están encargados de guiarlos en el conocimiento y avance en el juego.
Conforme pase el tiempo, el participante entrará en espacios de descubrimiento que, no por sospechados, son menos inéditos y sorprendentes.
Frente él se irán perfilando mundos y estructuras que de haber permanecido uno fuera del recinto, se habrían mantenido en estado latente e ignorados, no solo para su intelecto, sino también para su espíritu y su entrañable capacidad de goce. Gracias a ello, el visitante tiene la posibilidad de deambular a través de trayectorias concéntricas o excéntricas, según sea el caso, sin necesidad de moverse del punto en que se encuentra. Lo más probable es que sus pupilas se dilaten y la capacidad perceptiva aumente geométricamente y llegue a niveles de comprensión de todas las realidades presentes o alternas. Todo esto a medida que se entregue con mayor o menor frenesí al peregrinaje inmóvil para el cual están diseñados los espacios que encierra el perímetro del lugar. Quien no sea capaz de descubrir el sinnúmero de posibilidades que este microcosmos ofrece y desprecie a quienes laboran entre sus instalaciones, vagará eternamente por los caminos adyacentes trazados alrededor, pero jamás podrá entender siquiera el significado de profundizar en los laberintos del misterio, del hogar del ser, como tampoco el sentido de su propia existencia. Se quedará tecleando en máquinas, computadores y notebook palabras que jamás serán leídas, pues la avidez por decir algo le impedirá percatarse de las ideas que flotan dispersas e inasibles para él.
Eso es lo que por lo menos dicen mis amigos que frecuentan la biblioteca. Ya divagar entre sus paredes se convierte para ellos en una travesía de carácter cósmico. No es la Biblioteca de Babel de Borges, aunque se pareció a ella durante su remodelación. Ahora ostenta un rostro sugestivo para todo aquel que quiera lavar su cara entre las fuentes iniciáticas, indiferente de su edad. Tenemos suerte quienes cruzamos su umbral, de encontrarnos con gente para quienes las letras, sean en papel o virtuales en la pantalla del computador, constituyen compañeras, madres, amantes y nanas. Gracias a Dios que la profecía de Bradbury en Fahrenheit 451 aún…aún, no se cumple.
Lo importante es que sepamos cumplir con el rito que exige la experiencia de entrar a una biblioteca y comulgar apasionadamente con los libros y sus apasionantes secretos. Hagámoslo, silenciosamente y expectantes.

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