lunes, 30 de mayo de 2011

Pasen a ver …el circo; hoy como ayer…el circo



Juan Gajardo Quintana

Desde siempre y para siempre, la sociedad ha sido y será amiga de protocolos, ceremonias, genuflexiones y espectáculos. Desde el simple saludo hasta la comisión de grandes empresas de la más variada estirpe, se viste de parafernalia antes de llevarse a cabo. Antes de invadir un país, un presidente se dirige a la nación; con motivo de iniciar un año de gestión, las personas e instituciones visten sus mejores galas y profieren los más escogidos ditirambos con el fin de engalanar sus actos, que a la postre terminan siendo los más cotidianos y ordinarios, tal como se puede esperar de las acciones humanas. Si no, recuerden no más cuánto despliegue de ornamentaciones, cánticos y sentidas exhortaciones al momento de despedir a los alumnos de un colegio o facultad. En ese momento se les indica el límpido cielo como único límite a sus aspiraciones. Y lo cierto que luego la realidad crasa y cruda, es que el sujeto deberá someterse a las más pedestres exigencias, por más rastreras que sean, para poder sobrevivir en la selva o maleza de la vida. Pero es que el juego rimbombante nos gusta, y mucho. Las entregas de condecoraciones establecen antología al respecto. Los diplomas, simples cartones, son apreciados como oro y ocupan por completo las paredes de las consultas médicas y gabinetes de abogados e ingenieros. Es misteriosa la sensación de seguridad y vanidad que se desprenden de esos silenciosos pliegos, aunque solo digan que fue extendido por el Cuerpo de Bomberos de Detroit o una escuelita de verano de Harvard. Y qué decir de las medallas. Como por lo general son de metal y dirigen el pensamiento inevitablemente hacia glorias militares o deportivas, son muchos los que sueñan con ellas. Es dramática, conmovedora y, por lo mismo, escenario ideal para una comedia, la ceremonia en que agregados militares de naciones amigas, intercambian sus más caras y rutilantes medallas que van de pecho en pecho, más por conveniencias políticas por motivos marciales. Más patético aún, cuando las insignes preseas llegan por razones misteriosas e inesperadas, tal así que el propio homenajeado se ve incapaz de explicar cabalmente la razón de su distinción. Pues bien, desde la solemnidad, al espectáculo y de ahí a lo circense hay solo un paso. Si no me creen, pregúntenle, si se pudiera, a los más afamados bufos, como Chaplin, Mr. Bean, Buster Keaton y Roberto Gómez Bolaños, expertos en transformar un momento de solemnidad mayor en una hilarante serie de chascarros que parece no tener fin. La política ofrece un caudal de esperpéntica etiqueta y códigos de honor que paso a paso ofrece oportunidades para payasear. Desde el candidato que anda besando veteranas en la vía pública hasta la peligrosa práctica de hacer como que se trabaja en serio, pero en realidad utilizar la constitucionalidad para dejar contento al populacho con elaborados montajes y triquiñuelas destinadas a esconder latrocinio con amparo legal. La vocera del gobierno pidió, a propósito del diferendo por las centrales de Hidroaysén, evitar un circo de declaraciones. Pero la verdad es que la función se había desarrollado con una perfomance de envergadura colosal mucho antes. Especialmente con Seremis que hacían como que eran independientes, cuando en realidad son, por lógica, mandados por el nivel central, toda vez que son funcionarios de confianza del gobierno, el que ya se había pronunciado a través de su ministro del interior en la mañana del día decisivo. Por su parte, los personeros que “decorosamente” se habían automarginado debido a sus intereses personales, dejaban a los subalternos, que funcionan bajo sus órdenes, redundo, para que “votaran en conciencia”. Además uno de ellos sufragaba dos veces. Entonces el colofón del número cómico fue la declaración que garantizaba que todo se había hecho con transparencia y de acuerdo a las leyes. Obviamente, no era necesario esconder demasiado, cuando la institucionalidad imperante, consagrada por moros y cristianos, posibilitaba este procedimiento muy alejado de lo que un individuo escrupuloso considera como ético. Y lo triste es que parece calcado con lo que está ocurriendo con nuestro Achibueno.

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