lunes, 30 de mayo de 2011

“Solo quiero que me ames”




Juan Gajardo Quintana

Este es el título de una obra clave dentro de la filmografía de Rainer Werner Fassbinder. El protagonista de la narración es un sujeto que hace lo indecible por conquistar el amor de su mujer, intentado hacerla olvidar su pasado, a base de regalos y mediante acciones descomunales a la vez que asombrosas. Imperceptiblemente, al escuchar y ver a la inefable Ministra Secretaria General de Gobierno en el programa “Tolerancia Cero”, lamentándose de la incomprensible reacción de las masas ante los, según ella, inéditos esfuerzos de “nuestro gobierno”(sic) por concretar medidas a favor de la gente, imperceptiblemente, digo, arribó a mi memoria el título y trama de dicho filme. Y es cierto. Cuesta entender que con todo el esfuerzo que ha desplegado la administración por establecer cercanía con el pueblo, utilizando los medios de prensa, salidas a terreno, anuncios espectaculares y proyectos de leyes, o al menos adelantos al respecto, que apuntan a reformas profundas, cuesta entender, repito, que el favor de la canalla se muestre renuente no solo en las encuestas, sino también en la vida cotidiana, en cuyo contexto se dejan entrever críticas y manifiesto descontento por la labor realizada hasta hoy. Yo creo tener la respuesta a este enigma insondable. La develación del misterio está en tres palabras mágicas: las altas esferas. No necesariamente lo que se vive y se respira en el Olimpo, es lo que los comunes mortales que arrastramos nuestro esqueleto en el pedestre suelo experimentamos. Suele suceder que los emisarios que tienen por misión poner en obra la voluntad de los dioses, no se encuentran o no se mueven de acuerdo al nivel de su alto cometido. No dan el ancho. Y esto es lo que resienten los destinatarios que añoran con angustia y lágrimas que la vida les amanezca de una vez por todas. Se puede hablar, por ejemplo, de “la más grande reforma educacional nunca vista en la historia patria”, pero ver con los ojos desorbitados cómo la educación técnico profesional se hunde entre la pobreza, la desorganización, la falta de propósitos y la explotación disfrazada de “formación dual”, con estudiantes que en cuarto medio apenas saben leer, que abusan de sus compañeros más débiles, los cuales con desesperación caen en determinaciones terribles y fatales. En el mismo contexto, docentes desesperanzados y desmotivados por la exacerbada crítica y persecución de que son objetos, otros marginados de la posibilidad de ejercer a pesar de su calificación demostrada por los instrumentos de evaluación oficiales, anhelando espacios que son ocupados por individuos sin vocación y totalmente ajenos de la tarea para la cual fueron convocados y sostenidos solo por el capricho del funcionario de turno. Situaciones similares se aprecian en el ámbito de la salud y de la administración regional y local. No son buenas señales ver el reemplazo permanente de personeros de rango intermedio o la manera como de enrocan, pasando de un puesto a otro. Por otra parte, parece que no se entiende que cualquier minucia en los niveles superiores de decisión, se multiplicará en un sinfín de casos particulares que se sentirán afectados en su piel y carne. Por último, en los muchos ámbitos de la vida en sociedad se palpa la sensación de prescindencia que embarga al ciudadano común. Vale decir, se experimenta la impresión que todo lo importante es resuelto más allá del alcance de cada uno y que hagamos lo que hagamos, el dinero, la cuna y las relaciones de poder son tan portentosos que siempre se saldrán con la suya. Ejemplos sobran. Los más recientes dicen relación con las decisiones tomadas en la industria energética, las tropelías de ciertos curas y ahora el escándalo del doctor Hopp, favorecido, sin lugar a dudas, por los enclaves activos aún existentes en relación a la Colonia Dignidad. Se clama, por lo tanto, por otro poder que contrarreste tal desmesurada maquinaria y que no puede ser otro que el Estado.
En síntesis, las buenas intenciones que doblan al viento cual catedralicias campanas, no logran calar el corazón del sufrido pueblo chileno, que escucha mejor la lluvia que cae sobre su desguarnecida cerviz.

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