domingo, 3 de octubre de 2010

¿Seré yo, Maestro?

Profes en plena campaña electoral. Se verifica un entusiasmo que habíamos olvidado en parte. Visitas a los colegios para que todos estén en antecedente respecto a las alternativas existentes. No ha habido ningún candidato que haya ofrecido un asado para el Día del Profesor, aspecto que se echa de menos, siendo este un gremio particularmente inclinado a la proteína animal, más que a los hidratos de carbono que aportan las tortas o brazos de reina. Aunque hay excepciones, como hemos podido constatar más de una vez.
Las masas están agitadas, pero no tanto, es decir, no es tan evidente. Pareciera que la procesión es más bien subterránea, puesto que la prudencia aconseja mostrar moderación. No están los tiempos para exhibir fervor revolucionario, a menos que este nazca de los estudiantes, jóvenes a los cuales se les perdona todo, habiendo una cámara o un reportero cerca (o un celular), pero que en la cotidianeidad, por lo general, su voz no vale nada. El hecho concreto es que los candidatos, que son la voz de los que quieren hacerse escuchar pero no pueden, en sus discursos y panfletos de papel couché, los menos, y fotocopiados, los más, manifiestan preocupación, incertidumbre y desconfianza respecto del futuro inmediato que se cierne sobre el gremio. En una palabra, se percibe temor. El sentimiento tradicional de los docentes a través de la historia patria, fue siempre la inconformidad. En relación a su sueldo, a su rol social, a la forma como se desarrolla el proceso educativo, a sus niveles de participación en la toma de decisiones respecto al fenómeno mismo, etc., sin embargo, ahora todo eso es percibido como un lujo que queda suspendido ante la realidad que, según los folletos de campaña, se avecina. La urgencia actual no es defender la dignidad de estos profesionales, a los cuales la sociedad, en teoría, ha investido de los más solemnes laureles y en cuya mano está el porvenir de las próximas generaciones. Por otra parte, tal ejercicio, la defensa de la dignidad, solo ha tenido sentido en el contexto de la educación pública, puesto que el profesor que ha elegido realizarse en el ámbito privado, ha decidido olvidarse del significado de tal palabreja, con tal de asegurar el estatus envidiable de docente de colegio top, aunque esto le signifique tener que cosechar choclos en verano, caminar de rodillas entre la sala de profesores y la capilla o estar permanentemente saliendo en reversa de la oficina del sostenedor. El caso es que este ejercicio democrático de elegir a los representantes del sector “más vapuleado de Chile”, como estos profesionales aman autodesignarse, ha puesto en evidencia la zozobra que significa enfrentarse mano a mano con las leyes del mercado. Porque, según el análisis de prácticamente la totalidad de los postulantes a los cuales hemos tenido la dispensa de escuchar o leer, privilegios (‘leyes privadas’) como el Estatuto Docente, y todas las regalías que conlleva, están en vía de desaparecer, exponiendo al sufrido profesor a una suerte de naufragio laboral contra el cual viene luchando desde tiempos inmemoriales. En consecuencia, la misión de de estos candidatos (del latín candidus: ‘blanco”, ‘radiante’, ‘limpio’), en caso de ser favorecidos por la confianza del electorado, es trabajar, ya no por la adquisición de nuevas conquistas, sino por la preservación de las actuales o, gatopardianamente, su reemplazo por otras equivalentes. Es fama que elementos como el cuerpo legal citado, han sido causantes del deterioro de la calidad docente. Se ha señalado que el paraguas del célebre estatuto ha protegido a los maestros del necesario acicate para mejorar cada día su gestión pedagógica y, por lo tanto, es imprescindible desahuciarlo si se quiere arribar a un nivel superior de servicio educativo. Y qué mejor que la competencia y el mercado para lograr este loable propósito. Bueno, bonito y barato. Tal es el ideal de todo empresario, y de todo consumidor. Es lo que se vislumbra para el futuro cercano. Un profesor con experiencia, puede ser bueno, pero ni bonito ni barato. Más aún, un docente plagado de perfeccionamientos, es como un leproso purulento para un empresario de la educación. La conclusión es obvia: optemos por lo bonito y barato, a pesar que no sea bueno. Lo demás es merchandising : becas para estudiar pedagogías, dignificación de la labor docente, erección de colegios de excelencia, etc.. Se percibe la desconfianza, se palpa y se corta en el aire. ¿Somos un gremio conflictivo? La respuesta, al menos para mí, es afirmativa. Pero el conflicto principal es interno, por no decir íntimo. Partiendo del sentimiento de estar posado sobre un pedestal de madera y de la ironía con que nos miramos y nos observa la sociedad. El sentimiento de ser intelectuales a medio camino y la desesperación de legar a nuestros hijos un porvenir que no sea el nuestro. El alma del profesor no la conoce nadie, ni siquiera él mismo.

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