lunes, 18 de octubre de 2010

Bulimia antiecológica

Chile es el segundo país de América Latina con peor huella ecológica. Se entiende por tal el nivel de consumo de recursos naturales por habitantes medido en hectáreas. El nuestro es de 3,3 hectáreas por habitantes al año. A pesar de que países como EE.UU. tienen una huella ecológica de 6,9, de todos modos es igualmente preocupante por las implicaciones futuras a mediano plazo. ¿Significa este concepto que todos los habitantes de Chile o del país que sea, están gastando, disfrutando, según la lógica consumista, o se están beneficiando de este desgaste de la naturaleza? Es obvio que no. A nivel mundial las hordas de hambrientos llenan naciones completas y a nivel de países la distribución de los ingresos y niveles de bienestar son absolutamente inequitativas. No obstante, los privilegiados que consumen la torta, se engullen nada menos que 1 planeta tierra y medio para satisfacer sus crecientes demandas. ¿Por qué este afán indefinido por alcanzar mayores niveles de satisfacción? Existe una compulsión por acrecentar día a día los lujos y comodidades, sin una razón de fondo. La dama se aburre rápidamente de repetir los diez escasos pares de botas de la última colección de temporada y decide reemplazarlas por lo que la publicidad le indica como imprescindible. El caballero requiere perentoriamente, como profesional de vanguardia, adquirir el modelo de automóvil del año, aprovechando las tentadoras ofertas del mercado. Mientras tanto, los niveles de polución ascienden a las nubes y la autoridad pública se desgasta en campañas y programas contra la contaminación. Hemos llegado inexorablemente a una sociedad que ha hecho del consumo su razón de vida. Desde la más tierna infancia, se le inyecta al individuo la necesidad de estar permanentemente adquiriendo bienes, incluyendo los que no precisa. Porque la industria del consumo está tan bien diseñada que uno no se da cuenta que lo que está comprando no es lo que necesita, sino lo que le dicen que necesita. Se afirma que actualmente podemos vivir de acuerdo a los más altos estándares que prevalecían en los años 50, con la mitad del esfuerzo. Sin embargo, la tónica hoy en día es trabajar el doble o el triple para conseguir más del doble o el triple de lo que necesitamos realmente. Tal situación algunos lo interpretan como el justo premio a su esfuerzo y capacidad, otros como la bendición del Señor. Ni lo uno ni lo otro. Porque todo esto conlleva un sacrificio que en circunstancias ideales nadie estaría dispuesto a pagar: cansancio, estrés, desarticulación familiar, depresión, ansiedad y finalmente la sensación que hay que trabajar más y más aún. Y cuál es el mensaje en el sistema educativo: estudia, estudia y estudia: en el colegio, en el “preu”, en tu casa, los domingos y festivos. ¿Y la respuesta de los jóvenes? Unos se entregan en cuerpo y alma a esta carrera febril hacia el éxito, otros reaccionan y buscan el camino más fácil para llegar al mismo objetivo, o sucumben en este ardor por enrielarse en la lógica consumista. Es difícil, obviamente, sustraerse a este despeñadero existencial, puesto que la alternativa posible exige reescribir nuestro discurso de vida, reprogramarnos mediante el uso y aplicación de códigos diferentes a los establecidos, los que finalmente diseñarán una perspectiva nueva . El entorno que debiera surgir, según esta nueva interpretación, estará formado por nociones muy diferentes a las que predominan en el ámbito de la sociedad de consumo, de carácter moral, espiritual y cultural. Actualmente, uno puede adquirir lo que sea, mediante el ejercicio de la transacción, desde un par de guantes a una filosofía o una religión. Pero la recomposición de nuestros propósitos y prioridades vitales, no se compran en la farmacia.

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