domingo, 18 de julio de 2010

Amuletos de la suerte

Mi más comprensivo camarada pensaría que se trata de una broma y mi enemigo enconado tendría la ocasión para declararme definitivamente fuera de mis cabales. Distintas reacciones, pero similares en su substancia, si me vieran llegar al trabajo premunido de una pata de conejo para asegurarme una jornada laboral y social exitosa, apartando de golpe cualquier influencia negativa o dañina para mí y mi labor. Efectivamente, parece que el cuarto trasero del infortunado roedor ya no concita la confianza de las masas, tanto ayer como hoy necesitadas de un apoyo y garantía a sus esfuerzos y aspiraciones al éxito y la felicidad. Por suerte, la producción de adminículos para satisfacer esas caras necesidades no se ha dejado al azar y desde siempre hasta siempre sobrarán los proveedores de uñas de la gran bestia, la rosa encantada de los siete poderes, piedras cuyo valor se esconde a la vista de los no iniciados, medallas con bendiciones incontrarrestables y montañas de obras escritas por connotados maestros, cuyas claves suelen ayudar mucho a sus lectores, aunque no así a sus propios autores. Súmese a eso hierbas milagrosas, infusiones y prácticas diversas atesoradas por conocimientos milenarios.

Y ahora, mis estimados lectores, he aquí que a este abanico de posibilidades, se suma la ciencia y la tecnología, decidida a reunir en un solo producto, los conocimientos de nuestras abuelas, los avances científicos y, por qué no decirlo, nuestros más caros anhelos e ilusiones. Quién no querría tener los logros de deportistas que han conseguido el cúmulo de la felicidad al alcanzar ingresos más allá de toda lógica, fama, afecto de la población y una bella modelo que espera ansiosa la vuelta de su gladiador después de su bélica aventura cotidiana. Y es por eso que políticos, sanamente envidiosos del cariño que esos atletas reciben de la gente, quisieran a través de aleaciones de silicona y metales diversos, atractivamente presentadas en colorinches diseños, capturar de una vez por todas el corazón de sus veleidosos electores.
Y qué decir del ciudadano común. En grado importante decepcionado al ver que su esfuerzo (que no siempre es considerable) no se traduce rápidamente en el confort que veía venir, renuncian de una vez por todas a la disciplina, al esfuerzo, al sistemático cuidado de sí mismos y a la fe, para depositar su confianza en dichos talismanes que han sido probados por conspicuos personajes públicos y del universo sublime de la televisión y que, por lo mismo, merecen gozar de la más absoluta confianza de parte del sufrido ciudadano de a pie.

Por lo tanto, es justo que las arcas de los estudiosos, cuyas concienzudas investigaciones han desembocado en la fórmula exacta que produjo el portento, se lleguen a asfixiar a causa de la acumulación de efectivo, en verde y en metálico. Y cuando hablamos del portento, nos referimos menos al amuleto logrado, cuyo valor real no debe ser más que de unos cuantos pesos, como del fenómeno creado por ¿inteligentes?, digamos, astutos nigromantes de la mercadotecnia, que han sabido dosificar temores, ansiedades y debilidades humanas, con la presencia de figuras influyentes para la masa y una red de comercialización que incluye a las más prestigiosas cadenas del retail.

Todo funcionando a la perfección, y más aún, si algo sale mal, como dice Serrat, toca madera, además de otras recomendaciones.

Miel sobre hojuelas, pero he aquí que últimamente y tal vez por eso mismo, las cifras de nuestra economía nos han sacudido el optimismo sobre el cual cabalgamos a favor del viento. Me refiero al desempleo.

Es sintomático el hecho que numerosas culturas que han sucumbido o vivido bajo el “amparo” de una exacerbada compulsión hacia lo esotérico o, simplemente, lo supersticioso, se han caracterizado por el debilitamiento de su empuje por superar etapas deficitarias en su desarrollo, pues han esperado en el azar, en fuerzas ocultas, más que en la lúcida búsqueda personal de respuestas para satisfacer los grandes dilemas de la vida humana. Desde el trozo de pan hasta lo más trascendente ha quedado sujeto a la esclavitud de lo imponderable, Y, atención, que depender de un talismán se parece mucho a descansar en el discurso de la publicidad, en la lección de supuestos iluminados, de esos que hoy por hoy (estaba profetizado) llenan nuestros medios. Es fácil dejar que otros piensen por uno y aprender las lecciones ya hechas y creer, a pesar de todo, que somos libres. Un hombre libre puede estar incluso en una prisión y no dejará de ser libre. Más difícil, en consecuencia, es asumir la vida en propiedad y ser responsable de nosotros mismos y nuestro entorno. Ello exige lucidez, disciplina y amor propio. Este último a menudo se confunde con la opinión que los demás tienen de mí, cuando en realidad deberíamos nosotros saber quiénes somos y cuánto valemos.

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