sábado, 20 de agosto de 2011

En agosto, sacar las castañas con la mano del gato



Juan Gajardo Quintana
En nuestra sacrosanta inocencia ciudadana, trabajadores, dueñas de casa y estudiantes, pensábamos que la política activa apuntaba al servicio de la gente. Hay que reconocer, eso sí, que después de la formulación del pensamiento de Maquiavelo en su obra “El Príncipe” (siglo 16), nadie puede ser tan ingenuo como para no saber que la disputa por el poder está en el núcleo de los altercados entre las distintas facciones del escenario político. Y para prevalecer en esa lucha, los conceptos de lealtad, honradez, coherencia, justicia, verdad y otros altos valores, en realidad constituyen un obstáculo más que un estímulo para actuar. Aunque los estandartes con estas consignas ondean gallardamente, sabemos que los procedimientos para conseguir la victoria constituyen un dominio y una doctrina que se sustenta en preceptos casi siempre muy alejados de la pureza que se publica a los cuatro vientos.
Para concretar lo antes expuesto, después de leer y escuchar a conspicuos expertos y analistas, de esos que pueblan los medios de comunicación, especialmente en Internet (en la tv solo salen los días domingos y la encuesta CEP indica que son poco escuchados por la gente de a pie y, seguramente, esto influye en las contradictorias respuestas que registran estos sondeos), pues bien, después de beber en ese manantial de conocimiento, podemos presentar como uno de los mecanismos más consagrados para medrar en política, el artificio de “sacar las castañas con las manos del gato”. El presidente manda a sus ministros, que sirven de fusible en cuanto se adviene una crisis. Los ediles se ausentan y dejan que los funcionarios segundones tomen medidas impopulares. Los parlamentarios culpan a sus operadores de ineficiencia, cuando en realidad han seguido fielmente sus instrucciones. Las intendentas encomiendan a Moya el trabajo de cargar con las secuelas de embarradas y su ulterior organización de eventos de desagravio. También se han dado casos en que “funcionarios de confianza” se han valido de la posición de su jef@, para realizar arreglines con sus amiguis, que a la postre les han reportado inestimables ganancias por su “trabajo”. Pero el summum de esta táctica es la forma como se utiliza a la ley, torturándola, para que finalmente diga lo que no quiere decir, para que poderosos empresarios puedan aportar su “granito de arena” (quedándose de paso con las riquezas estratégicas) al crecimiento del país, hoy por hoy el Credo de los Apóstoles de la clase dominante, que lo reza cual letanía, con fervor digno de los monjes del Monasterio de San Millán de la Cogolla.
Tampoco los grandes hitos consagrados por nuestra historia, son ajenos a esta acreditada práctica, si no, vean cómo los lords con la flema que los caracteriza, esperaron tranquilamente que nuestros políticos pusieran la riqueza del salitre a sus pies, una vez acabada la guerra fratricida con los países vecinos. Y después que los ingleses hicieran de las suyas, vinieron los gringos, que idearon la forma de preparar las huiñas (gato silvestre chileno), para manejar el poder y el control económico de las naciones de su “patio trasero”. Fueron, nada más y nada menos, las aulas la herramienta de la que se valieron estos ingeniosos amos del norte para instalar su avanzada en los países latinoamericanos, a través de la Escuelas de las América. El objetivo era (y es aún) entrenar soldados de otras naciones para hacer el trabajo sucio del Pentágono, haciéndolas luchar en sus guerras por ellos, buscando controlar los ejércitos de América Latina y a través de ellos a la gente y los recursos.
Es este tipo de principios rectores del quehacer político lo que produce náusea a los estudiantes y a nuestro pueblo en general. Por ello, pese a tantos anuncios marqueteros y de liquidación, recomponer las confianzas se ve en un horizonte aún muy lejano.



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