martes, 16 de agosto de 2011

Alimañas en educación


Alimañas en educación

Juan Gajardo Quintana

Siento un gran respeto por los seres vivos grandes y pequeños. Desde el majestuoso rorcual azul que surca los mares australes, hasta la tortuosa escolopendra, cuya oscura existencia transcurre entre la humedad de los árboles muertos. Cada uno de ellos forma parte de una maravillosa e intrincada red que mantiene latente la vida en nuestro planeta. Si necesitáramos identificar un vocablo que diera cuenta del trabajo de estas criaturas, este sería la palabra eficiencia. Inconscientes de su rol, lo cumplen, sin embargo, a cabalidad y sin ningún atisbo de abandono sus deberes. Ellos mismos, individualmente, son organismos perfectamente adaptados-jamás en estado evolutivo- al medio en que se desenvuelven y constituyen engranajes perfectos en el gran sistema natural.
Esta perfección, invisible al ojo corriente, precisamente por no ser del todo observable, pasa inadvertida para el sentido común, que es el caldo de cultivo para los mitos, supersticiones y falsedades que adornan el saber de la gran masa. Esa misma mirada poco profunda que se deja impresionar por lo grande y mastodóntico, pero que desprecia la sutileza de lo pequeño, cuando es justamente en las estructuras microscópicas donde se fundamenta todo el edificio de lo existente.
Pues bien, la ingente tarea de los organismos minúsculos es la que da sustento y posibilidades al resto de los seres, los cuales dependen de ellos para subsistir.
No obstante aquello, nosotros los humanos, hemos atesorado una palabra genérica para referirnos a todas aquellas criaturas que, o bien nos son insignificantes, o no tienen valor económico o quizás nos producen miedo o repulsión. Frente a la realidad científica que demuestra que no existe organismo que no cumpla un rol dentro del ecosistema, a menos que esté en proceso de desaparecer, tal percepción constituye solo un prejuicio nacido de la desinformación o de la conveniencia.
Sin embargo, a esto hay que agregar que el ser humano, la especie más extendida sobre el planeta es, contradictoriamente, la que menos se acomoda al hábitat que invade y que, por el contrario, tiende a dañarlo, asolarlo y depredarlo hasta su destrucción. Aplicando estas ideas a la vida en sociedad, a lo que hemos llamado la ecología social, descubrimos que el concepto de "alimaña" tiene su más apropiada concreción en la figura de determinados entes específicamente humanos que ocupan determinados nichos dentro de la organización, encargándose con ahínco en propiciar consciente o inconscientemente su destrucción. Tanto el propio instinto de conservación o impulso territorial, pasando por el afán de competencia o temor de ser sobrepasado por otros individuos del clan o grupo, hacen de estos gérmenes anquilosados se constituyan en los adalides del trabajo arador de la garrapata que, junto con alimentarse, corroe y distorsiona el organismo que le da hospedaje. También estos bicharracos establecen simbiosis con otros organismos que les ayudan en su tarea degeneradora, encapsulándose para que su accionar quede a buen recaudo de posibles anticuerpos, sean estos químicos o violentamente primitivos, aunque igualmente efectivos. Todos estos quistes están siendo, lamentablemente, obviados en la arremetida higienizante de las movilizaciones ciudadanas, siendo, no obstante, agentes tan destructivos como los superorganismos que tienen al país y a la educación sumidos en su más alarmante decadencia. Ojalá que de entre los estudiantes, cuya admirable acción ha conmovido al país, surjan los exterminadores que se encarguen de dichas alimañas.

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