jueves, 14 de julio de 2011


Educar, sacar a la luz


Sócrates, según Platón, afirmaba que tenía un daimon el cual le conminaba a que aprendiera música. El filósofo, que se consideraba a sí mismo un ignorante y que, por eso mismo, fue calificado por el oráculo como el más sabio de los mortales, desconfiaba del arte. Para él, la única actividad del hombre válida para aspirar a la verdad era la filosofía, el ejercicio de la razón, del pensamiento reflexivo, mediante el cual nos podemos acercar a la esencia de las cosas. La realidad para el hombre sabio no corresponde a las sensaciones que nos rodean, por más que estén avaladas por los sentidos y la experiencia empírica. Detrás se ellas se esconde el ser, la verdad, solo accesible mediante el uso de la razón. Por tal motivo, su actuación consistía en promover el ejercicio de esta cualidad esencialmente humana, entre los jóvenes y ciudadanos connotados de Atenas. Puso toda su competencia y habilidad como educador en hacer dudar a la gente acerca de sus convicciones, de modo que revisaran la calidad y coherencia de sus ideas, creencias y supuestos conocimientos. Utilizando su método, propugnaba primero que la persona reconociera su ignorancia para luego a través de un esfuerzo sostenido y sistemático arribara a la verdad, surgida de las propias fuentes escondidas en el sujeto. El modelo pedagógico de Sócrates, después de más de 2300 años transcurridos, aún nos tiene demasiado que enseñar. Sobre todo en estos tiempos en que hemos extraviado el sentido profundo de la educación, confundiéndola con una competencia en la que cada uno intenta sacar más puntos que el otro, con el fin de acceder a los escasos recursos aportados por el estado para hacerse de una profesión u oficio que le depare una vida cómoda y placentera.
La palabra educación tiene su raíz en el latín educere, cuyo significado básico es 'sacar a la luz', 'conducir desde el interior'. Nótese la correspondencia con la etimología del vocablo alumno, que significa llanamente 'sin luz'. El primer término contiene inmerso el sentido de buscar precisamente dentro de la persona las potencialidades que permitirán el desarrollo y el avance hacia la plenificación del ser humano, en armonía con el discurso del sabio de Atenas. Cuando abrazamos la profesión de educadores, quienes nos formamos bajo el alero de una universidad con un gran compromiso educativo, que hacía de los fundamentos filosóficos, psicológicos y sociológicos el sustrato y el marco para la ingente, importante y hermosa tarea formativa, nunca imaginamos que desembocaríamos en el marasmo actual, donde todo aquello que es consustancial para el crecimiento y plenitud humana, se ha desechado y sacrificado en los altares del exitismo, la competencia salvaje y del mercado. La educación transformada en una mercadería sujeta a los vaivenes de las cotizaciones bursátiles. ¿O no me digan Uds. que no saben que las instituciones privadas dedicadas al negocio de la educación, son objeto de transacciones, pasando de mano de un consorcio a otro, incluyendo en esos negociados las “carteras” constituidas por los alumnos y las deudas que han adquirido para poder acceder a una carrera profesional? Esta realidad adopta un cariz más grave si tiene lugar en las fases primarias del sistema educacional, es decir, prebásica, básica y media. La lógica del mercado se advierte cuando, por ejemplo, en los daems ejerce predominio el criterio administrativo-financiero sobre el técnico pedagógico. Cuando se cierran escuelas porque no son viables económicamente, cuando los profesores y directivos se trenzan en disputas por ver qué establecimiento obtiene mejores guarismos en el SIMCE o en la PSU, convencidos que no existen otros indicadores más significativos para evaluar la calidad de la educación. Cuando surgen negocios millonarios basados en esa agria disputa, como son los preuniversitarios. La educación a través de los siglos, en todas las culturas tuvo un doble papel de integración social y de formación humana y era ejercida, en su dimensión sistemática (puesto que en su aspecto espontáneo, es realizada por la sociedad en su conjunto), por los más conspicuos ciudadanos, consagrados por su sabiduría, mesura, conocimiento del alma humana y de las materias a impartir, como lo fueron grandes maestros a la manera de Sócrates. De repente, de la noche a la mañana, tanto sus propósitos y procesos formativos, cayeron en mano de un conjunto de tecnócratas que decidieron convertirla en mercadería y herramienta de segregación social.

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