sábado, 24 de diciembre de 2011

Más de 2.000 años después…



Juan Gajardo Quintana

Es impresionante como algunas instituciones prevalecen en el tiempo y contra el tiempo. Pueden pasar los milenios, cambiar los vientos de la historia, pero ellas se mantienen incólumes y, más aún, se vigorizan y se expanden cada vez con el impulso de nuevos aires vivificadores. Mientras el pobre ser humano respira el poco lapso que le tocó, ellas perviven y trascienden escribiendo página tras página una larga y nutrida historia. Así acontece con esta institución que cada año establece su impronta en las mentes, los corazones y…bolsillos de los hombres y mujeres del planeta. Cuando adolescente me imaginaba que llegaba un tiempo en que la gente olvidaría la Navidad, ahogada por la tecnologización de la vida, con su imposición de materialismo, racionalismo y escepticismo. Y he aquí que en lugar de hacerla desaparecer, dichos imperativos se han hecho carne y sangre con ella. Le han dado un nuevo impulso, una nueva sustancia y un nuevo sentido. Lo que empezó siendo en la profundidad de los milenios pretéritos, una tierna fiesta de amor e intimidad afectiva, se adaptó a las circunstancias y hela hoy en día vestida de las mejores galas solícitamente prodigadas por el mercado y el consumo. Es imposible imaginar esta magna fiesta sin el tráfago y desesperación por los aguinaldos, las ferias, liquidaciones, ofertones y endeudamientos.
Hace algunos años, caminando en medio de la multitud que se aglomeraba en las estrechas calles de Linares, inmersa en un clímax adquisitivo, experimentaba un sentimiento de superioridad al comprobar que tales impulsos no mellaban mi espíritu. Sin embargo, repentinamente recordé que mi serenidad se debía a la absoluta vaciedad de mis bolsillos, afectados por la cesantía afrentosa a la que me tenía sometido el sistema. Probablemente con la billetera bien provista, ni siquiera hubiese advertido como me sumaba a las furiosas hordas de consumidores.
Cuán dulcemente recuerdo las navidades de mi infancia, cuando todo era sencillo, sensible y misterioso. Nos acostábamos en una verdadera Noche de Paz, sin jolgorio, gritos ni exabruptos, confiados en que madre tendría algo hermoso reservado para cuando llegara la mañana. Efectivamente al despertar nos encontrábamos con el tazón de chocolate, los sencillos pero primorosos regalos que las amantes manos maternas habían aderezado, para que el fruto del esfuerzo de nuestro padre luciera esplendoroso ante la vista de sus pequeños hijos. Claro que eso lo sabríamos después, puesto que para la ingenuidad infantil, era el mismísimo viejo pascuero quien se había portado aquella noche. Para que eso ocurriera, era menester dormir plácidamente y en perfecto sosiego. El paso de los años y el advenimiento de mejorías económicas traería consigo las abundantes cenas de Nochebuena que hasta ahora practicamos, en comunidad con el resto de los habitantes del planeta. Sin embargo, para los que somos adultos, estemos donde estemos, las navidades más dulces son aquellas de nuestra infancia, entibiados por la ternura de nuestra madre y la mirada protectora de nuestro padre. El sentimiento aquel se profundizaba en nuestro ser, exhalando aquella emoción que llenaba la atmósfera del hogar y el vecindario, cubriendo el árbol, los bizcochos, caramelos y los juguetes que avariciosamente aferraban nuestras manos.
Los padres de hoy, sobrevivientes de la navidad de entonces, sencilla y rústica si la comparamos con las sofisticaciones de hoy, intentan rescatar, junto a sus niños, estoy seguro, esa impronta de antaño, cubriendo la casa con luces y pirotecnia, fragancias de golosinas y pinos artificiales, regalos solicitados a pedido y medida de los consumidores, degustando manjares y libaciones diversas, en fin, buscando afanosamente ese paraíso perdido que se niega a desaparecer totalmente y que cada año se refuerza con las aportaciones de malls, supermercados y grandes cadenas, intentando cubrir con creces al humilde niño que olvidado yace en el triste mesón.

1 comentario:

  1. Eso es navidad , compartir y recogerse en el calidez de un hogar , oyendo villancicos acompañado de las luces de un arbolito, creo el conservar esos tiempos de antaño esta en cada padre , nuestros hijos son lo que nosotros como modelos les enseñamos
    Hermoso articulo
    feliz navidad

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