domingo, 4 de septiembre de 2011

En busca de la trascendencia


Juan Gajardo Quintana

Estas líneas son escritas mientras se cierne sobre el alma nacional un nuevo luto que nos deja a todos con una gran conmoción interior. Gente llena de vida, proyectos y dispuesta a contribuir con sus prójimos necesitados, son detenidos por la implacable naturaleza, que se encarga de recordarnos una y otra vez cuán frágiles somos. En momentos en que disímiles puntos de vista nos enfrentan en un debate, legítimo por lo demás, relacionado con el modelo de desarrollo que queremos para nuestra patria, surge este triste imprevisto que nos impele a tomarnos un momento de reflexión para aquilatar y plantearnos las prioridades de nuestra existencia. Para muchos la vida consiste en el éxito traducido en prestigio, bienes y vida placentera. Y este concepto no es exclusivo de sociedades consumistas como la nuestra, sino que está presente en casi todas las culturas, donde las necesidades básicas constituyen la principal preocupación y, por lo tanto, la resolución de las mismas, si se logra con holgura y amplitud, es signo de bendición y triunfo. Cuando Jesús entregó su mensaje, afirmó que la vida del hombre no consiste en la cantidad de bienes que posee e insistió que no nos afanemos en lo que hemos de comer o vestir. Cuando hablamos del alma humana, no nos referimos necesariamente a algo inasible e inmaterial, de carácter metafísico. Más bien ese concepto dice relación con la misma persona, en su naturaleza compleja, física y psicológica. El alma es la persona misma. Ya hemos meditado anteriormente que la educación humana, que posee múltiples y distintos momentos, tiene un triple rango filosófico, filosófico y social. No es primordial y secundariamente una capacitación para poseer habilidades que apunten a la obtención de bienes materiales. Es el proceso que por definición aspira al desarrollo pleno del hombre y la mujer, abarcando la totalidad de sus facultades y posibilidades. En consecuencia, el proceso educativo es un camino de realización, de autosuperación y desarrollo interior de rango superior. Cuando hace un tiempo se incorporaron en el lenguaje educativo expresiones como destrezas, competencias, competitividad, cliente, producto, se propendió a extraviar a los actores del proceso, del sentido inmanente que posee. Esos son conceptos extraídos del glosario neoliberal, del mundo del mercado. Las leyes del mercado, incluído el lucro, se adueñaron de este ámbito fundamental de la existencia y la productividad pasó a reemplazar el fin último de la educación, que es la plenitud humana. Cabe destacar que la feble preparación de muchos educadores (surgidos precisamente de ese naciente "nicho productivo" aprovechado por institutos y universidades, y no necesariamente privadas estas últimas), fue un ingrediente ideal para que tal "filosofía" fuera abrazada sin mayor resistencia. Se ha afirmado que el mundo actual necesita profesionales eficientes y eficaces, que respondan adecuadamente a las urgentes demandas de la economía globalizada. Los que han defendido esta postura, saben íntimamente que no basta con eso. Por tal razón en el momento de la promulgación de los planes y programas bajo el amparo de la Loce (copia de la Logse española y esta de la legislación análoga australiana, etc...), incorporaron los famosos Objetivos Transversales, que en su planteamiento sustentan las dimensiones que son esenciales a la tarea educativa: el desarrollo de armónico en relación a sí mismo, a la sociedad y a la naturaleza, con un sentido de trascendencia que no se queda en la mera recolección de los recursos para la subsistencia. Otra cosa fue la forma cómo se debían alcanzar tales objetivos, aspecto que se ha venido soslayando hasta hoy. El hecho que colegios de "alto rendimiento", donde los docentes deben trabajar "bajo presión" y los apoderados angustiarse buscando profesores externos para que sus pupilos no sean expulsados, selección arbitraria de alumnos, aranceles en escuelas y colegios, parásitos como los preuniversitarios, universidades que lucran a través de "sociedades espejo" y un largo etcétera, son efectos de tal postura, a nuestro juicio, alejada del sentido básico y central de la educación. Otro efecto más desolador lo constituye el surgimiento de contingentes de individuos con títulos de buen nivel, regulares y malos, que deambulan endeudados, buscando un lugar en el cosmos y algunos mandándose chambonada tras otra, en edificios, puentes y obras viales más construidas. Y lo peor, sin conciencia de su papel en el mundo.

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